Capítulo 32

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—Entonces, Rachel es la que nos estuvo traicionando —repitió Avaricia en voz alta, como si así pudiese comprender que esa aparentemente inofensiva chica había sido la causante de tanto daño—. Eso quiere decir que fue ella quien envenenó a Gula en la universidad.

—Efectivamente, hermano —Lujuria, cuya vena del cuello estaba a punto de reventar por la rabia que sentía, permanecía de brazos cruzados y el ceño fruncido—. No puedo creer que hayamos caído tan fácilmente.

—Creo que todos te debemos una disculpa, Envidia —pronunció Pereza, revisando sus vendajes. El resto de los Pecados demostraron estar algo avergonzados. Nadie creía que la envidiosa podría tener razón sobre aquella chica—. Siempre sospechaste de Rachel, pero nosotros creíamos que solo estabas celosa de lo perfecta que fingía ser.

—Me burlaría de ustedes por no hacerme caso desde el inicio —espetó, sin culpa—. Sin embargo, apenas puedo levantarme del suelo sin tambalear cual borracho de viernes por la noche. ¿Cómo se supone que deba reaccionar ante esto? ¡Ah! No quiero ser una molestia.

—No te preocupes por eso —Mason, cuya embelesada sonrisa conquistaba cada parte de la castaña, se acercó a ella para levantarla en forma nupcial. Envidia se quejó por lo bajo, cohibida por las miradas de ternura que les daban Pereza y Gula a ambos—. Con gusto te cargaré.

Ira y Lujuria comenzaron a hacer ruiditos extraños con la boca, burlándose de la escena que los otros protagonizaban. Envidia estaba muriendo por dentro. Las demostraciones de cariño y palabras melosas por parte del ángel le ponían los pelos de punta. Que los demás fuesen testigo de ello fue un extra que la dejó sin habla.

Lo odiaba, de verdad lo hacía. Lo odiaba porque en el fondo aceptaba que lo amaba demasiado. Siempre lo había hecho, y por siempre lo haría. Porque si la Alta Comisión decidía el final de su existencia, en su próxima vida sería Mason Lee la única persona por la cual lucharía.

Lejos de las miradas llenas de burla y los abucheos molestos, Soberbia tendía su cuerpo sobre el pavimento frío, el cual de a poco iba tomando el característico color anaranjado del amanecer que teñía la ciudad esa mañana.
Sus ojos estaban prácticamente pegados a la calle vacía, siguiendo las líneas blancas que marcaban la separación de ambas direcciones.

Samuel se dio cuenta de lo perdido que estaba en esos momentos, por lo que se decidió a quedarse junto a él hasta que el contrario reaccionara. A pesar de que su paciencia resultaba no tener fin cuando se trataba de Soberbia, su preocupación se incrementó al ver que el rubio frotó sus manos contra sus mejillas.

—¿Qué tienes? —le preguntó entonces, asegurándose de que los demás continuasen siendo ajenos a ellos.

Soberbia suspiró con pesadez, masajeándose el cuello que le estaba doliendo horrores. No respondió. Simplemente se aferró cual koala al cuerpo del contrario generando una risita por su parte.

—Ya, Soberbia —se quejó el demonio, sintiendo cosquillas en su oreja por el aliento ajeno—. Dime en qué piensas.

—En Rachel.

—¿Otra vez con eso? —el castaño bufó con molestia. Iba a cabrearse si oía de nuevo el nombre de esa estúpida.

—¡No es lo que piensas, tonto! —Soberbia se fue hacia atrás para así poder mejor los bellísimos ojos del chico, quien ya tenía el ceño fruncido y las mejillas enrojecidas de los celos que le daban saber que su novio pensaba en Vitae—. Pienso en que no puedo creer que fue ella la que nos delató. Por su culpa perdimos nuestro hogar y el prestigio de hacernos llamar Pecados Capitales.

—Y es la responsable de que te hayan quedado marcas del castigo que te dieron en Calum. No creas que me olvidé de eso. Aunque tu cuerpo de dios griego se sanó más pronto de lo que creía, no deja de ser culpable de tu trauma.

Cuando Soberbia se enamore [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora