Epílogo

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Un año más tarde.

La primavera había llegado nuevamente en los prados que rodeaban la peculiar ciudad de Exilium. Ese lugar que antes pintaban como el pozo de los no deseados que se había transformado en el sitio turístico número uno de los ángeles y demonios que habitaban los reinos.

Muchas cosas habían ocurrido en esos doce meses llenos de nuevas noticias que recorrían el mundo de los seres espirituales. Para empezar, Avaricia y Pereza iban a casarse. Sí, a la menor de los Pecados le había propuesto matrimonio ese tacaño muchacho de fino vocabulario que no era capaz de ver más allá de bonitas y brillantes joyas.

La declaración había tomado a todos los demás habitantes de la casa desprevenidos. Jamás se hubieran imaginado que Avaricia tendría el valor de dar algo tan valioso en lugar de ser él quien lo recibiera. No era el anillo de compromiso más caro del mundo, sino amor incondicional y la devoción que el rubio le tenía a la pelinegra de tierna sonrisa.

Esa chica que para los demás era algo pesada y metiche. Esa niñita que no sabía nada de la vida ni de la responsabilidad. Aquella que, a pesar del miedo que consumía su alma por lo que depararía la guerra, se mantuvo firme y fuerte. Por él. Por ella. Por ambos.

Porque Avaricia y Pereza se amaban, incluso mucho tiempo antes de ser algo formalmente. Antes de aquel día en que la chica atravesó los límites de su mente y hurgó en lo más oscuro de sus recuerdos para descartar su posible traición. Previo a que sus mundos colapsaran entre sí para formar el remolino más hermoso e inexplicable de todos los tiempos.

Pereza solía tomarse las cosas muy a la ligera, por lo que tener que aceptar esa inesperada propuesta de matrimonio en medio de una cena navideña le había resultado abrumador. Ella no quería dañar a Avaricia. No se atrevía a ser imprudente. El matrimonio era algo que se mantenía de pie con responsabilidad y perseverancia, y ella no creía estar apta para hacerlo.

Tenía miedo de arruinarlo todo. Y Avaricia pudo sentirlo. Pudo ver en sus bellísimos ojos el sentimiento de culpa anticipada. Por eso, se limitó a sonreír en cuanto la muchacha se largó a llorar frente a todos los presentes, mientras él seguía de rodillas con la sortija en su pequeña caja de terciopelo rojo.

Esa noche, Pereza respondió con un "sí" entre lastimeros sollozos. Ella no quería herirlo, no quería echar todo a la basura por su inmadurez. Tener a Lujuria y Gula recalcando todo lo que hacía mal fue algo que la había marcado desde de su nacimiento. Era la menor entre las cuatro mujeres. Todos la veían como una niña poco experimentada y caprichosa. Sumando el hecho de que la rubia y la pelirroja eran hermanas de su ahora prometido. Sentía que, incluso sin decirlo en voz alta, ambas la estaban rechazando.

Ahora mismo, vestida de blanco frente al espejo del cuarto decorado con perfumadas flores recién cortadas, Pereza se aguantaba las ganas que tenía de llorar y mandar todo al carajo. Lujuria, Gula y Envidia, con iguales vestidos en un precioso tono durazno, intentaban en vano hacerla reír.

—Es el día más importante de toda tu vida, Pereza —dijo Gula, evitando que eso sonara a un feo regaño de una madre a su hija—. Deberías estar saltando de felicidad.

—Se te va a correr el maquillaje —se quejó la rubia mientras pasaba con sumo cuidado una toallita por sus mejillas—. Envidia, ayuda un poco.

—Mírale el lado bueno, Pereza —la castaña se abrió paso entre las hermanas del exceso, tomando un lugar junto a la menor y rodando con un brazo sus hombros descubiertos—. Al menos tú no pareces una fruta gigante con tu vestido.

Con ese comentario, Pereza solo quiso llorar más fuerte. Envidia se mordió el labio, abrumada. No tenía la menor idea de cómo alegrarla. Pensó. Definitivamente algo la tenía inquita y sensible.

Cuando Soberbia se enamore [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora