Capítulo 25

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—Estoy agotada —acotó Gula, tirada en el piso de la amplia sala con herramientas y armas de combate—. Necesito recuperar energías.

A su lado, mirándola desde las alturas, Mason chequeaba el cronómetro digital que indicaba la deplorable capacidad de resistencia de la pelirroja.

—De acuerdo, es todo por ahora. Vamos a preparar el almuerzo.

En un abrir y cerrar de ojos, Gula había salido disparada hacia las escaleras rumbo a la cocina. Lee debía darle algo de crédito. Comparada a sus hermanos, ella fue la que mayor habilidad demostró para controlar su aura.


Como lo había estudiado desde que llegó por primera vez a la tierra de los exiliados, sabía que los cazadores perfeccionaron su habilidad para absorber la vida de los entes espirituales; vida que estaba totalmente ligada al aura. Por lo tanto, mientras mejor la controlaran y desviaran a un punto específico de su alma, más probabilidades de permanecer con vida tendrían los inexpertos Pecados.

La noche anterior, Soberbia no había podido conciliar el sueño. Se sentía extraño, ajeno a lo que estaba viviendo. Saber que su Juicio Espiritual se acercaba lo ponía nervioso. Debía ser más astuto que cualquier otro demonio o ángel para poder salir intacto de cualquier castigo.
Sin embargo, su asunto no era lo único que le hacía ruido en la mente. No sabía qué hacer con Rachel. Sus sentimientos hacia ella —si es que existían— le provocaban jaqueca. No quería pensar en ello.

Justo ahora tenía un pequeño debate mental consigo mismo mientras se colocaba unos guantes de entrenamiento. Llevaba mucho sin practicar combate cuerpo a cuerpo.
Lujuria y Mason habían abandonado la sala, siguiendo a Gula en su desesperado deseo por alimentarse a pesar de no tener apetito.

Cuando le preguntó a Avaricia si podía ser su compañero, este solo le respondió que iría a ver cómo evolucionaba Ira, quien hasta entonces seguía postrado en una cama recibiendo tónicos preparados por Pereza. Lejos de estar enfadado o decepcionado, el rubio asintió con la cabeza para dejarle el pase libre.

Caminó hacia la puerta, y al abrirla casi se cae de espaldas por la repentina aparición del demonio bufón del otro lado del pórtico.

—¿Te ibas sin entrenar, ricitos? —preguntó con gracia.

—No tengo compañero, cacatúa desquiciada —se levantó como pudo, rechazando la mano que el castaño le había ofrecido—. Y sin uno, no tengo cómo entrenar en combate.

El cuerpo de Samuel lo detuvo cuando intentó cruzar la salida de la habitación.

—Ya tienes uno —lo empujó nuevamente hacia adentro, aguantando la mala cara del Pecado al darse cuenta de que no podría escapar de allí—. Mason me mataría si se entera que no te hice sudar un poco. No te quejes y trae esa figura de boxeador para acá.

Ambos se posicionaron en el centro de la colchoneta.
Samuel se mantenía sereno, impasible como el demonio tranquilo que era. En cambio, Soberbia ya sentía el sudor en las palmas de sus manos. Ni siquiera habían comenzado a luchar y él ya daba la impresión de haber estado corriendo por todo Exilium durante horas.

Lo cierto era que Van Woodsen también había estado ocupando un lugar en sus recientes pensamientos. Su nombre, su actitud, su historia detrás del destierro. Todo había quedado grabado perfectamente en su memoria a corto plazo.
Quizás solo era curiosidad porque un demonio había podido engañar durante siglos a una ciudad completa, siendo varias veces un ejemplo por seguir en la comunidad. O tal vez solo era pura admiración.
Samuel Van Woodsen, a pesar de ser un sujeto detestable, había hecho trabajos admirables para personas que no tenían nada que ver con él.

Cuando Soberbia se enamore [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora