Rachel sintió que alguien la seguía.
Intentó apurar la marcha. Todavía quedaban varias cuadras para llegar a casa y la oscuridad empezaba a consumirla. Se asustó cuando notó que las luces que daban a la calle comenzaron a fallar, parpadeaban rápidamente como el flash de una cámara de fotos.
Su corazón casi se le sale de su pecho cuando sintió una cálida respiración en la oreja. Tenía dos opciones: gritar y salir huyendo, o aprovechar la pimienta en aerosol que su madre le había obligado a llevar a la escuela.
La decisión fue demasiado obvia para ella y se acabó echando el aerosol como si de un repelente para mosquitos se tratase.
No escuchó ruido alguno. Se volteó para comprobar que, quien sea la estuviese siguiendo, ya se hubiera marchado o tendido en el suelo por el ardor. Pero le extrañó no ver a nadie. La calle estaba tan vacía como hace un par de minutos. ¿Habrá sido su imaginación jugándole una mala pasada?
Cielos. Fue mala idea no tomar el autobús como toda persona que usa su lado lógico del cerebro. Menos mal que descartó la opción de salir corriendo toda despavorida por la acera.
Despejó todo pensamiento negativo y tenebroso de su mente para terminar el tramo que le quedaba por caminar. De repente, las luces volvieron a temblar y destellar. No mentiría. Tenía tanto miedo que le comenzaron a temblar hasta las uñas.
Observó la hora en su reloj de muñeca. Su madre ya se encontraría en la casa y su hermana estaría con ella también. Tomó su celular y se apresuró a marcar el número de la mujer policía.
Luego del primer tono, todo se volvió negro.***
Despertó en una habitación sombría donde la única luz anaranjada provenía de una antigua chimenea.
Su visión seguía nublada, pero, poco a poco, la iba recuperando. Al parecer estaba recostada en un sofá aterciopelado. De esos que solía encontrar en la casa de su bisabuelo cuando era más pequeña. Era tan viejo que le sorprendió que no se deshiciera mientras dormía ya que solía moverse mucho. Llegó a la conclusión —por los muebles decorativos y los libros apilados en las esquinas— de que era una pequeña sala de estar extrañamente acogedora.
Abrió los ojos abruptamente cuando no sintió su bolso junto a ella. A pesar de levantarse para buscarlo no lo encontró en todo lo ancho del lugar.
Pensó en su madre y su hermana. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que intentó contactarlas?
Fue cuando se dio cuenta que la habían secuestrado.
Comenzó a desesperarse, buscando una ventana por donde pudiera escapar. Sus objetos personales no importaban en estos momentos. Ella quería salir como sea de ahí.
Ni una sola ventana. ¿Qué clase de sala de estar era esta? Sus secuestradores sin duda eran malvados. ¿Qué planeaban hacer? ¿Asfixiarla en aquel lugar hasta que su madre enviara el dinero para que la liberasen?
¡Carajo! ¡Su madre ni siquiera tenía dinero! Demonios. ¡Sabía que no debía dejar que pagara una matrícula tan cara en esa universidad!
Ahora estaba frita. Su secuestrador no tendría piedad con ella. La torturaría para después matarla y lanzarla al río.Oh, alto. ¿Narshville tiene río? Peor. ¡Debería soportar un viaje en baúl hasta que encontrara un río decente donde deshacerse de ella!
El picaporte de la única puerta de la habitación comenzó a moverse. Era el momento perfecto para creer en Dios otra vez.
Apenas la puerta se abrió, su desesperación se convirtió en una profunda frustración.
El chico del callejón. Ese que antes había conocido en el cementerio donde el cuerpo de su padre descansaba. Ese endemoniadamente guapo con el que soñó un par de veces y que le hizo perder la concentración más de una vez. Sí, ese mismo que ahora permanecía bajo el pórtico con un semblante burlesco y una sonrisa ladina.
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Cuando Soberbia se enamore [✔]
FantasíaComo Pecado Capital, Soberbia tenía prohibido enamorarse. Como una humana del montón, Rachel buscaba amor en el lugar más recóndito del planeta. Una sola noche bastó para que ambos mundos se conectaran de una forma casi irreal. Y que, a su vez, los...