Capítulo 20

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Estaban hasta el cuello. Definitivamente lo estaban.
En cuanto cruzaron las puertas que llevaban escrita la palabra «POLICÍA» en letras azules, supieron que no se escaparían tan fácil de ese detective.

Cada uno fue sentado en un pupitre diferente de la gran sala. No era exactamente el espacio más transitado de la estación, pero los ojos curiosos que los miraban con atención les helaba la sangre.

Todos estaban de espalda al centro, como en un círculo delimitado. No podían verse las caras. En aquella ciudad, los policías creían que ese era un buen método para evitar ser engañados por los criminales. Qué idiotas.

El detective Locke se sentó junto a un policía de turno que llevaría registro del interrogatorio. Ambos frente a Lujuria, quien miraba con fuego en los ojos al delicioso hombre del saco largo.

—Tengo entendido que usted asistió a la fiesta en casa de los Van Woodsen. ¿En qué parte de la casa se encontraba cuando la chica fue asesinada? —preguntó el detective sin siquiera haber preguntado su nombre.

Laia se mordió el labio inferior, sacando la mujer seductora que habitaba en ella.

—Es usted muy directo, señor Locke —dijo con su aterciopelada voz—. Me encanta eso de un hombre. Demuestra que sabe lo que desea.

—Señorita Ajax —advirtió con severidad el detective, ignorando el tacón de la muchacha que tocaba descaradamente su entrepierna—. Esto es de suma importancia para la investigación, no uno de sus juegos del gato y el ratón donde todo termina en un revolcón. Sea seria, limítese a responder las preguntas y podrá irse de aquí.

La expresión de Lujuria era todo un poema. Normalmente, el detective la hubiese arrastrado hasta su oficina y follado en el escritorio. Quizás un trío con el policía que tomaba nota y llenaba el formulario frente suyo.

Pero Jeremiah Locke hizo algo que ningún otro hombre había hecho jamás: rechazarla.

Mientras se cruzaba de brazos y culpaba de su fracaso a la humanización por estar mucho tiempo allí, Pereza bebía sin ganas un poco de agua ofrecida por la policía que la escoltaba.

No le gustaba esta escena. Ellos habían estado todo el tiempo a la vista de los demás invitados. ¿Y el dueño de la mansión? Samuel Van Woodsen debía estar siendo interrogado, no ellos.

—¿Por qué estamos aquí, señor Locke? —se decidió a confrontar al que sujetaba el puente de su nariz, harto de las insinuaciones de la rubia coqueta—. Que yo sepa, debería estar interrogando al dueño de esa casa incendiada o como mínimo llamar a sus padres.

Jeremiah la miró y reconoció a la azabache que unas noches antes andaba divagando con su «primo», quien observaba todo desde otro rincón de la sala.

—Es puro protocolo —respondió tajante—. Ya hemos avisado a los señores Van Woodsen, pero no se encuentran en la ciudad.

—Sí, pero no entiendo por qué solo nosotros estamos aquí —ese chico, Aaron Ajax, se metió en la conversación—. Había más personas en esa casa, pero nos trajeron acá como si fuésemos delincuentes.

Jeremiah suspiró con pesadumbre. De vez en cuando miraba por el rabillo del ojo a la rubia que se supone debía estar interrogando, solo para notar cómo jugaba con su labio mientras concentraba su vista en un punto específico de la mesa.

—Hagamos una cosa —el detective se puso de pie y caminó hacia la que se hacía llamar Eliette, quien lo estaba apuñalando con una expresión fría e indiferente—. Ustedes me dicen lo que vieron en la fiesta. Comportamientos extraños, si había drogas, alguna pelea de borrachos, lo que sea. Si cooperan conmigo, yo lo haré con ustedes.

Cuando Soberbia se enamore [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora