Capítulo trece

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Sofía

Bajé rodando de la sábana que se había enredado entre mis piernas, cuando caí en mi habitación, corroboré que todo estuviera en su lugar: el bulto de mi cama estaba intacto y se escuchaba el roncar de mi tía. Todo parecía marchar bien aquí adentro, pero afuera se estaba convirtiendo en un desastre.

No sé quién seas, de dónde vengas, pero te juro que voy a averiguar todo lo que escondes detrás de esa carita de mustia. Rafael es mío, y no voy a permitir que alguien más me lo quite.

Luego de la amenaza que me echó la pelirroja, me había quedado fría ante la verdad que se destapó en el baño del bar. Recogí mi peluca, como pude volví a ponerla, preguntándome el por qué de mi cabello tan largo y tan descontrolable. Lo recordaba repetidamente y aventé el manojo de pelos al piso enojada, odiándolos por completo.
Tenía un enorme problema, estaba consiente de ello, pero ¿qué habría de hacer yo? Si separarme de Rafael era la peor decisión que mi corazón no quería tomar, pues era una de las razones por las que me sentía libre sin necesidad de estar sola, al contrario, su compañía me hacía tanto bien, y aquellas amenazas de la que decía ser "su mejor amiga" ponía en riesgo mi identidad.
Era un escarmiento, aunque también pudo haber sido una señal divina.

♪♪♪

Me quité la chamarra que me había prestado el muchacho, la escondí y después, me topé con mi cara en el espejo. Miré el cabello falso a mis pies, y luego le di una revisada al real que me llegaba más abajo de los pechos; lo agarré con desagrado, negando constantemente con la cabeza. Las amenazas de la chica extraña podrían cumplirse pero, por lo mientras, no debía de correr el mismo riesgo.
Tomé las tijeras que yacían en el tocador, cerrando los ojos y con tanto pavor a quedar mordida por un burro, empecé a tuzar los mechones de cabello que me estorbaban. Cuando los abrí, me di cuenta de la longitud que había cortado era demasiada, pues cayó a mis pies y podría calcularle unos quince centímetros. Me miré con la boca abierta, cubriéndola con mi mano que traía las tijeras con muchísimas ganas de reír.

—¿Qué hiciste, Sofía? —Me pregunté, viendo mi nueva (y muy mal formada) apariencia.

El cabello de estar en el pecho, llegó hasta los hombros, pero vaya, entre corte y corte para "emparejarlo" lo dejé peor, dejándolo más arriba de lo esperado. Ahí me di cuenta que fue la manera más estúpida de enfrentar mis problemas de identidad falsa, y que encima me había arruinado la apariencia de la niña de casa. Recorrí toda mi habitación con angustia, replicando que la habíamos regado, que ahora quedaríamos calvas como el señor. No me quedó de otra que recoger la basura, darme un baño y dormir, ya que mañana tenía que ir a trabajar. Me dormí más preocupada que feliz después de la gran noche que había pasado a su lado, pues, ese baile no me iba a recuperar mi cabello.

Desde niña, siempre me habían enseñado a qué una verdadera dama debía de usar vestidos bonitos, largos para no provocar a los hombres. Unos tacones medio altos para aumentar la estatura, pero sin exagerar. El cabello sedoso, limpio y siempre bien peinado, y por supuesto, largo.
Yo odiaba esos vestidos enormes, a pesar de que había unos muy lindos, parecía que a mi tío (quien, también elegía mi ropa) le daba por agarrar lo más feo que encontraba. Los zapatos más escuálidos posibles y por supuesto, nada de maquillaje porque la belleza de una mujer debe de ser "natural".
Solo me tenían permitido arreglarme cuando íbamos a la casa de los Croce. La futura heredera y esposa de Arthur debía presentarse lo mejor posible para los medios, para convencer a la familia de que yo era un buen prospecto para su hijo. Sin importar si él era mi buen prospecto, si él me interesaba. Nunca me preguntaban:

¿Qué piensas de Arthur? ¿Te gustaría como marido?

Y ahora con tremendo peinado me iban a tachar de loca y rebelde. Me daba vueltas en la cama, tan angustiada por lo que fueran a pensar, hasta que abrí los ojos, preguntándome: ¿en verdad es tan importante su opinión?
Pues para mí no lo era, más allá del miedo que sentía a los regaños, había una parte de mí que necesitaba llevarles la contraria, me causaba placer y satisfacción, y su cara de susto me iba a recompensar el peinado de hongo que me hice sin querer.

Huellas en la arena #Wattys2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora