Capítulo veinticuatro

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La marca de la canción está más abajo que de costumbre, así que procuré que el inicio de ésta se prolongara más para que no se perdieran de la escena :)

Rafael

¿Qué dije? No lo sabía, ni siquiera lo había planeado. Me quedé enfrente del ojos de canica viéndome con odio, el mismo odio que yo le estaba teniendo.

—¿El dueño de este lugar? —preguntó el idiota, como si no lo acabara de decir.

—Sí, del dueño. Y es mejor que le vaya bajando o si no lo voy a echar de aquí.

—¿Sabes de quién soy hijo, verdad?

—No, no me interesa —mentí, cómo si no me leyera todos los artículos de sus cenas costosas y sus viajes al extranjero.

—Soy hijo de John Croce, el dueño de la maquinaria de relojes...

—Me alegro por usted, pero ahorita está en la tienda de vinilos, no de relojes. Por lo tanto yo mando aquí, y le pido que se vaya de inmediato —Recogió el disco, me aventó un billete y se fue refunfuñando no sé cuántas cosas.

Por dentro estaba dando el grito en cielo, me sentía el hombre más valiente de la faz de la tierra, el macho alfa, el jefe de la manada. Lo callé con unas simples palabras que le dieron en el ego y que le dolieron más que un golpe en sus amiguitos.
Me aseguré de que estuviera afuera de la tienda para avisarle a Sofía que todo estaba bien.

—Sofi, ya puedes salir —Le avisé, ella salió como un pequeño ratón asustado.

—¿Cómo está eso de que eres hijo de don Raúl? —Me preguntó igual de sorprendida que yo.

—No sé... —Suspiré aún pensando en qué cosa había ido a inventar—. Pues ya tiene un nuevo hijo ese viejito, qué más da.

—¿Por qué le dijiste eso?

—Para que se bajara de su nube —Le contesté obvio—. Como si ser hijo de ese güey le diera derecho a venir aquí a gritonearme —Ella me veía negando con la cabeza pero con una gran sonrisa.

—Nunca lo había oído tan manso —Tomó mis muñecas, confirmando sus palabras de hace unos minutos—. Gracias —Sus ojos azules era todo lo que estaba bien en mi vida.

—No tienes nada que agradecer, Sofi. Quiero ser tu cómplice, verás que estando juntos no nos pasará nada —Se soltó a darme un fuerte abrazo.

—¿Me lo prometes? —Su voz tan dulce para mis oídos se hacía presente. Puse mis brazos en su espalda, estrechándola contra mí.

—Por el dedito —Levanté el dedo meñique.

Era lo más repugnante que alguna vez había hecho, visto desde mi hombría. De niño odiaba esa absurda promesa que se hacían las niñas o las muchachas, y siempre se me hizo ridícula. Ella cerró la promesa uniendo nuestros dedos, y a la vez robándome un beso de pico.

¿Quién es el ridículo, sensible y tonto enamorado ahora? Yo.

Don Raúl nunca llegó, el señor plácido se quedó en su casa viendo telenovelas. Lo que restó del día ella me daba miradas cálidas, sin embargo, ya no me quiso contar más de lo que ya había leído. De vez en cuando volvía a reír por mis chistes y mis torpezas, eso era lo que me mantenía tranquilo. Anoche, cuando me recosté a un lado de ella, no pude conciliar el sueño hasta una hora después, aceptando todas las barbaridades que le dije y que no lograba comprender.
Esa muchacha que hacía cuentas, con cabello falso y unos ojos con un portal al cielo, era un espíritu libre, y lo había entendido desde el primer momento.
No podía estar más maravillado con ello.

Huellas en la arena #Wattys2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora