La huida de la señora gorda

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En muy poco tiempo, la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras se convirtió en la
favorita de la mayoría.

Sólo Draco Malfoy y su banda de Slytherin criticaban al profesor Lupin:

-Mira cómo lleva la túnica -solía decir Malfoy murmurando alto cuando pasaba el profesor-. Viste como nuestro antiguo elfo doméstico.

Pero a nadie más le interesaba que la túnica del profesor Lupin estuviera remendada y raída.

Nuestras siguientes clases fueron tan interesantes como la primera.

Después de los boggarts estudiamos a los gorros rojos, unas criaturas pequeñas y
desagradables, parecidas a los duendes, que se escondían en cualquier sitio en el que hubiera habido derramamiento de sangre, en las mazmorras de los castillos, en los agujeros de las bombas de los campos de batalla, para dar una paliza a los que se extraviaban.

De los gorros rojos pasamos a los kappas, unos repugnantes moradores del agua que parecían monos con escamas y con dedos palmeados, y que disfrutaban estrangulando a los que ignorantes que cruzaban sus estanques.

Snape si embargo estaba aquellos días especialmente propenso a la revancha y todos sabíamos por qué.

La historia del boggart que había adoptado la forma de Snape y el modo en que lo había dejado Neville, con el atuendo de su abuela, se había extendido por todo el colegio.

Snape no lo encontraba divertido. A la primera mención del profesor Lupin, aparecía en sus ojos una expresión amenazadora.

A Neville lo acosaba más que nunca.

A mi también me aborrecían las horas que pasábamos en la agobiante sala de la torre norte de la profesora Trelawney, descifrando símbolos y formas confusas, y procurando olvidar que los ojos de la profesora Trelawney se llenaban de lágrimas cada vez que nos miraba a Harry y a mi.

Parvati Patil y Lavender Brown habían adoptado la costumbre de rondar la sala de la torre de la profesora Trelawney a la hora de la comida, y siempre regresaban con un aire de superioridad que resultaba enojoso, como si supieran cosas que los demás ignoraban.

Habían comenzado a hablarle a Harry en susurros, como si se encontrara en su lecho de muerte.

A mi eso me hacia gracia.

A nadie le gustaba realmente la asignatura sobre Cuidado de Criaturas Mágicas,
que después de la primera clase tan movida se había convertido en algo extremadamente
aburrido.

Hagrid había perdido la confianza.

Ahora pasábamos lección tras lección aprendiendo a cuidar a los gusarajos, que tenían que contarse entre las más aburridas
criaturas del universo.

-¿Por qué alguien se preocuparía de cuidarlos? -preguntó Ron tras pasar otra
hora embutiendo las viscosas gargantas de los gusarajos con lechuga cortada en tiras.

A comienzos de octubre, sin embargo, hubo otra cosa que me mantuvo ocupada, algo tan divertido que compensaba la insatisfacción de algunas clases.

Se aproximaba la temporada de quidditch y Oliver Wood, capitán del equipo de Gryffindor; convocó una reunión un jueves por la tarde para discutir las tácticas de la nueva temporada.

-Es nuestra última oportunidad..., mi última oportunidad... de ganar la copa de
quidditch -nos dijo, paseándose con paso firme delante de ellos-. Me marcharé al
final de este curso, no volveré a tener otra oportunidad. Gryffindor no ha ganado ni una
vez en los últimos siete años. De acuerdo, hemos tenido una suerte horrible: heridos...,
cancelación del torneo el curso pasado... -Wood tragó saliva, como si el recuerdo aún
le pusiera un nudo en la garganta.

JEAN DEKKER //3//Donde viven las historias. Descúbrelo ahora