Prometimos no llorar
El aroma a granos de café recién molidos inunda el ambiente, las conversaciones tenues de los clientes apenas son un leve murmullo, se siente la intimidad en el lugar. La decoración es agradable y los colores que dominan son una mezcla de diferentes tonalidades de marrón.
En una de las mesas del rincón se escucha un leve lamento, un sollozo apenas perceptible y desgarrador. Meiko Mochizuki bajó la cabeza permitiendo que el flequillo recto de su cabellera negra le tapara la mitad del rostro. Los lentes cuadrados de pasta gruesa hace mucho que fueron olvidados sobre la mesa cuando ella comenzó a llorar.
—Habíamos prometido no llorar —reprochó Takeru con voz calmada. Sus manos aprietan la taza humeante que hace poco han traído para él y para ella.
—Perdona —se disculpa Meiko, pero no deja de llorar.
—Quizás esta sea la última vez que nos sentamos a tomar un café juntos. Quizás es la última vez que nos vemos, así que tratemos de estar bien por favor. Me quiero llevar como recuerdo una sonrisa, por favor no llores más —solicita Tk peinado sus cabellos rubios hacía atrás con su mano derecha.
Sus ojos azules recorren el establecimiento buscando cualquier cosa en que fijar su atención. Observa a las personas de las otras mesas. Algunas son parejas, otras parecen estar en una reunión amistosa. Los meseros van de un lado a otro atendiendo amablemente a los comensales. Da un suspiro y vuelve a hablar.
—Te acuerdas de aquella tarde que nos conocimos. Fue muy lindo conocerte, y fue muy lindo todo lo que pasó entre nosotros, pero ya pasó. Ahora es necesario separarnos. No sigamos haciéndonos mal. Lo nuestro ya se estaba convirtiendo
simplemente en una rutina, y el amor, el amor es otra cosa. Al amor hay que alimentarlo todos los días con esas pequeñas cosas que nosotros ya perdimos.
Meiko eleva ligeramente su rostro bañado en lágrimas, ella no puede creer lo que Tk esta diciendo. Ella no piensa de la misma manera. Ella creyó que al fin habían logrado engranar cada aspecto de su vida. Cuando Tk la citó en ese café, su favorito, pensó... pensó en otras cosas, bellas quimeras que el rubio escritor estaba asesinando sin piedad. Creyó... o ¡Dios! pensó que le pediría matrimonio.
—Se enfría tu café —dice él para atraer su atención porque se le ha quedado viendo por demasiado tiempo. —Aquí nadie se tiene que sentir culpable.
¿Cómo puede decir eso así de fácil? Y luego entonces, Meiko recuerda algunas frases dichas al aire. Insinuaciones que debió tomar más enserio, pero que en su obcecada necesidad de mantener su relación sin peleas, las dejó pasar. Tk ya había mencionado el fin de su relación, infantilmente creyó que si lo ignoraba él cambiaría de idea, que olvidaría eso o...
—La gente nos mira. Por favor no llores más —dijo él ofreciéndole un pañuelo.
Si tan sólo no fueras tan perfecto, pensó ella comenzando a murmurar muy bajito. Luego aumentó el volumen de su voz para que él la escuchara.
—Te quiero, te quiero —suplicó ella extendiendo su mano sobre la mesa para alcanzar la de él.
—No, lo nuestro es una costumbre y el amor es otra cosa —volvió a repetir retirando su mano de la manera más amable posible. —Ahora me voy. Es lo mejor para los dos. Te deseo mucha suerte. Que seas muy feliz, adiós.
Tk colocó un billete sobre la mesa, se levantó, e intentando no mirar atrás, caminó entre las mesas hasta la salida del establecimiento dejando de tras de sí un cantico amargo.
—Te quiero, te quiero —repetía ella con los ojos clavados en la espalda de él.
Tk con la manija de la puerta en la mano, se giró levemente para por última vez mirarla a los ojos y decir.
—Adiós, chao.
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Secreto Callado.
Eran cerca de las cinco de la tarde, el sol del crepúsculo pintaba las hojas de los árboles de carmín. El cielo estaba despejado y la temperatura se dejaba sentir agradable. El aroma que flotaba era el de césped recién cortado, y los murmullos de la gente que paseaba a esa hora por el parque le daba un aire de serenidad inigualable.
Sora sonrió al pensar que esa era una maravillosa tarde, una que sería inolvidable para ella y para Yamato.
Con ilusión y alegría apretó el paso, estaba tan ansiosa de verlo. De decirle...
Y entonces lo vio. Matt se encontraba sentado en una de las bancas junto al lago, su silueta recortada por la luz del atardecer era una estampa divina, sus cabellos rubios en ese momento parecían destellar como el oro.
Sora gritó su nombre sin poder ocultar la felicidad que brotaba desde el fondo de su corazón. Y él, él se puso de pie contestando su efusivo saludo con una leve mueca.
—Tenemos que hablar —dijo a boca jarro evitando que ella lo abrazara, aun así la invitó a tomar asiento.
—¿Qué pasa cariño? —preguntó ella sin comprender el porqué de su actitud, los ojos azules de Matt estaban clavados en algún punto lejano. Sora dejo su cartera sobre la banca para intentar sostener el rostro de su amado con ambas manos. Deseaba que la mirara y le confesara qué atormentaba su corazón.
Y entonces, sin previo a viso su mundo se vino abajo cuando el pronunció esa sencillas pero devastadoras palabras.
Él la miró y le dijo —no te quiero más.
Ella se mordió los labios para no llorar.
Él la acarició y le dijo —no te pongas mal.
Ella se tapó la cara y empezó a llorar. Tanto que corrió a la cita para verlo a él, tanto que esperó el momento de decírselo; algo dentro de su pecho se despedazó, el secreto que guardaba ya no lo dirá.
Él le acercó el pañuelo, no lo quiso usar, ella tomó su cartera y le dijo
—Adiós;
¿Dónde va con tanta pena, dónde va por Dios? Él no adivinó el secreto que ella se guardó; ¿Dónde va con tanta pena, dónde va por Dios?
Con el hijo que ella espera, dónde irá Señor?
¿Dónde irá con su dolor?, ¿dónde, dónde irá Señor? ¿dónde, dónde?, oh, ¿dónde, dónde irá Señor?, ¿dónde, dónde?, oh.
.
.
N. A.
Espero que este sea el principio de una historia que logre apasionarlos.
Les deseo lo mejor en esta cuarentena, que ustedes y sus seres queridos gocen de buena salud.
Un saludo y mis mejores deseos.
Atte: Su servidor incondicional.
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KARMA
Фанфик"Las decisiones tomadas, ya sean malas o buenas, te siguen para siempre y afectan a todos en su camino de una forma u otra". J. E. B. Spredemann.