Vuelta

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—¡Bienvenidos! —dijo Dumbledore, con la luz de la vela reflejándose en su barba, en el Gran Comedor—. ¡Bienvenidos a un nuevo curso en Hogwarts! Tengo algunas cosas que decirles a todos, y como una es muy seria, la explicaré antes de que nuestro excelente banquete los deje aturdidos. —Dumbledore se aclaró la garganta y continuó—: Como todos saben después del registro que ha tenido lugar en el expreso de Hogwarts, tenemos actualmente en nuestro colegio a algunos Dementores de Azkaban, que están aquí por asuntos relacionados con el Ministerio de Magia. —Se hizo una pausa y Emma recordó a Dumbledore no lo le agradaba que los dementores custodiaran el colegio—. Están apostados en las entradas a los terrenos del colegio —continuó Dumbledore—, y tengo que dejar muy claro que mientras estén aquí nadie saldrá del colegio sin permiso. A los Dementores no se les puede engañar con trucos o disfraces, ni siquiera con capas invisibles. No está en la naturaleza de un Dementor comprender ruegos o excusas. Por lo tanto, les advierto a todos y cada uno de ustedes que no deben darles ningún motivo para que les hagan daño. Confío en los prefectos y en los últimos ganadores de los Premios Anuales para que se aseguren de que ningún alumno intenta burlarse de los Dementores.

Emma se sentó en un puesto diferente al del año pasado. Ya no estaba junto a Pomona, sino en un extremo de la mesa frente a Slytherin. A su izquierda estaba Astoria y a su derecha Snape. Snape miraba a cada minuto a Remus, que estaba al otro extremo de la mesa, con lo que parecía odio.

—Por hablar de algo más alegre —continuó—, este año estoy encantado de dar la bienvenida a nuestro colegio a dos nuevos profesores. En primer lugar, el profesor Lupin, que amablemente ha accedido a enseñar Defensa Contra las Artes Oscuras.

Hubo algún aplauso aislado y carente de entusiasmo. Sólo los que habían estado con él en el tren aplaudieron con ganas.

—En cuanto al otro último nombramiento —prosiguió Dumbledore cuando se apagó el tibio aplauso para el profesor Lupin—, siento decirles que el profesor Kettleburn, nuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, se retiró al final del pasado curso para poder aprovechar en la intimidad los miembros que le quedan. Sin embargo, estoy encantado de anunciar que su lugar lo ocupará nada menos que Rubeus Hagrid, que ha accedido a compaginar estas clases con sus obligaciones de guardabosques.

Muchos aplausos salieron de las mesas, en especial la de Gryffindor.

–Severus–dijo Emma, ¿por qué miras al profesor Lupin así?

–Es un imbécil.

–Acaba de llegar. Apenas sí lo has visto.

Severus no contestó, siguió mirando a Lupin de manera desagradable.

El banquete terminó por fin y todos se fueron a acostar. Emma fue a su habitación de siempre, frente al lago, con una larga escalera de piedras que lleva a él. Tocó la manilla para abrir la puerta, pero se detuvo. La luna estaba tan bonita, tan grande. El agua parecía un espejo que la reflejaba. Emma no se resistió, e hipnotizada por la belleza de la luna, bajó las escaleras lentamente. En la orilla del lago, Emma se sacó los zapatos y se los mojó. Sin saber muy bien por qué, se sentó en el agua, sintiendo como la ropa se le mojaba. No le importaba. Estaba verdaderamente conectada con la luna, no le quitaba la vista de encima. Estaba con la boca abierta, embobada.

–Te vas a enfermar–dijo una voz grave desde atrás.

Emma volvió a la realidad. Sintió de repente un frío gigantesco. Tenía agua hasta la cintura.

–No sé cómo llegué a...–Emma no pudo terminar la frase–¿Profesor Lupin?

–El mismo. Salga de ahí, Emma, se va a resfriar.

Emma salió del agua de a poco, volteando cada unos pasos para mirar la luna.

–Esta bonita, ¿eh?–dijo Remus mirando la luna.

–Sí...–dijo Emma confundida– ¿Qué hace aquí?

–¡Ah! Mi habitación está por aquí cerca. Le aconsejo que suba a abrigarse.

–Eso haré–dijo Emma subiendo los peldaños rocosos–. Adiós.

Abrió la puerta del cuarto y fue directo al baño. Parece que iba a ser una tradición mojarse en el lago el primer día. Se preparó un baño caliente y durmió como un bebé, sólo sabiendo que lo último que escuchó fue un largo aullido de lobo.

II. Hechizo en sepiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora