Nieve

73 8 0
                                    

Ese año solamente seis alumnos se quedaron para Navidad. El inmenso castillo parecía una tumba. No había ruido en los pasillos. Mucha tranquilidad rodeaba el lugar. Mucha tranquilidad para el gusto Emma.

La mañana de Navidad, Emma se quedó en su cama, pensando en cosas tan triviales como dónde le gustaría viajar o cómo se preparaban las tortas de dragón picante. Estuvo mucho tiempo acostaba, inclusive volvió a dormir. Cuando abrió los ojos por segunda vez, el reloj mágico de la pared le indicaba que era casi la hora del almuerzo. Emma, un poco perezosa, se levantó y se duchó. Salió de la habitación con un vestido largo blanco, de invierno, y encima una capa celeste pálida. En realidad esos colores contrastaban mucho con su oscuro cabello. Debía ir bien vestida, ya que era una cena de Navidad.

Emma descubrió, al llegar al Gran Comedor, que las mesas habías sido puestas en las paredes. Sólo había una mesa con doce cubiertos. No había nadie aún, así que dejó el salón y dio unas vueltas por los nevados árboles. No se veía el sol en las nubes, pero sí se sentía su calor. Una pequeña banca debajo de un pino tenía albergada un pajarito. Emma se acercó sigilosamente para no asustarlo. Lo tomó entre sus manos y acarició su cabeza delicadamente.

—¿Estás perdido?

El pájaro, obviamente, no le contestó, pero sí se removió en la palma de la muchacha. Las plumas del ave eran negras y de puntas plateadas. Un pájaro de invierno. Sacudió las alas, tratando se alzar vuelo, mas, caía cada vez que trataba. Emma lo colocó en una rama del árbol en que lo encontró, le acarició el lomo por última vez, y regresó al comedor.

Dentro del salón estaba Dumbledore en la cabecera, la profesora Sprout, McGonagall, Flitwick y Snape, además de Fitch y dos alumnos de diferentes casas. Emma se sentó al lado de la profesora Sprout. La puerta se abrió y por ella entraron Harry, Ron y Hermione. Se detuvieron levemente al darse cuenta de que comerían en la misma mesa de los profesores.

—¡Felices Pascuas! —dijo Dumbledore cuando Harry, Ron y Hermione se acercaron a la mesa—. Como somos tan pocos, me pareció absurdo utilizar las mesas de los colegios. ¡Siéntense, siéntense!

Harry, Ron y Hermione se sentaron juntos al final de la mesa.

—¡Cohetes sorpresa! —dijo Dumbledore entusiasmado, alargando a Snape el extremo de uno grande de color de plata. Snape lo cogió a regañadientes y tiró. Sonó un estampido, el cohete salió disparado y dejó tras de sí un sombrero de bruja grande y puntiagudo, con un buitre disecado en la punta.

A Emma le pareció graciosa la cara con que Snape miraba el gorro, y no pudo evitar reír un poco.

—¡A comer!—le aconsejó a todos. Aparecieron ante los ojos de todos fuentes con patatas, ensaladas, carnes y postres, y jarras y jarras de jugo de calabaza. Era todo tan exquisito como siempre.

La puerta se abrió nuevamente. La profesora de adivinación, Sybill Trelawney, se deslizaba hasta la mesa como si anduviera en patines, con un vestido de lentejuelas verdes debido a la ocasión. Se veía como una libélula alegre.

—¡Sybill, qué sorpresa tan agradable! —dijo Dumbledore, poniéndose en pie.

—He estado consultando la bola de cristal, señor director —dijo la profesora Trelawney con su voz más lejana—. Y ante mi sorpresa, me he visto abandonando mi almuerzo solitario y reuniéndome con ustedes. ¿Quién soy yo para negar los designios del destino? Dejé la torre y vine a toda prisa, pero les ruego que me perdonen por la tardanza.

—Por supuesto —dijo Dumbledore, parpadeando—. Permíteme que te acerque una silla...

E hizo, con la varita, que por el aire se acercara una silla que dio unas vueltas antes de caer ruidosamente entre los profesores Snape y McGonagall. La profesora Trelawney, sin embargo, no se sentó. Sus enormes ojos habían vagado por toda la mesa y de pronto dio un leve grito.

II. Hechizo en sepiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora