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Debes engañarlos, decía mi madre.

“Ellos algún día vendrán por ti, así como lo hicieron con tus hermanos menores”.

Yo apenas había conocido a mis hermanos, empezaban a dar sus primeros pasos y desaparecían misteriosamente.

—Mamá, ¿dónde está mi hermanito?

—¡Shh!, silencio, ellos se los llevaron.

Era tanto mi pavor y el miedo a que ellos me llevasen que obedecía todo lo que decía mi madre sin chistar.

Era tan cotidiano verla hablándole a la pared o suplicando a la ventana. Había noches donde me exigía que durmiera bajo mi cama o que estuviera horas encerrado en el clóset.

Por días me daba de comer solo arroz y otros tantos se iba de casa dejándome sólo un cesto con manzanas para soportar el hambre.

"Ponte esta máscara, así ellos no sabrán quién eres" me dijo aquel día.

Yo accedí, al poco rato escuché sus llantos acostumbrados.

”No se lo lleven, no se lo lleven, a él no”

Yo me sentía protegido por la máscara, así que me quedé inmóvil sabiendo que mi madre me estaba protegiendo.

Deje de escuchar su voz, me preocupé. Lentamente la busqué por toda la casa, hasta que la encontré tirada en el jardín con un cuchillo en sus manos, totalmente desangrada. La sirena de la ambulancia sonaba a lo lejos.

Con los años entendí que mi madre me protegía de ella misma. Debajo de ese jardín estaban enterrados los huesos de mis pequeños hermanos que no pudieron escapar de su esquizofrenia...



Creditos: Patricia Mendoza Cerna.

Cuentos para monstruos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora