-¿¡Papá!?
-Shhh, has silencio Syl, si no lo haces papá no podrá jugar más así contigo- sus frías manos empezaban a rozar mis pequeños muslos, acercándose cada vez más a mi intimidad.
-Pero yo - llevó su dedo índice derecho a mi boca para que hiciera silencio. ¡no quiero!, pensé.
Sus dedos pasaban por mis partes, yo seguía con ropa interior pero igual todo aquello era súper raro.
Con su mano izquierda se tocaba su pantalón, en aquel entonces no sabía porqué lo hacía. Luego de algunos minutos se paró de mi cama, tratando de no hacer ruido ya que mi hermana dormía en esa misma habitación y se refugió en la oscuridad de la noche. Las lágrimas caían por mis mejillas sin cesar.
Yo tenía siete años y ya sabía que algo no estaba bien.
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-Sylvia cariño, ¡te compré un regalo!. -anunciaba mi madre mientras entraba por la puerta.
-¡Siiiiii!, ¡gracias mamá! -respondía mi hermana mayor con el mejor de los ánimos.
Me acerqué lentamente a los pies de mi progenitora, le agarré uno con mis manitas.
-¿Y para mí que trajiste mamá? -sus expresiones eran muy diferentes a las que utilizaba con Sylvia. Tiró fuertemente su pierna para alejarse de mi.
-¡Suéltame Sylvanna!, estoy muy ocupada.
Mi madre era siempre así, tan ocupada, tan atenta con todo, menos conmigo.
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Los años pasaron y las cosas seguían prácticamente igual, mi padre aun jugaba conmigo de la misma manera y mi madre era indiferente a todo. A mis once años decidí hablarle a ella sobre las visitas nocturnas de su marido. Lo único que gané fueron muchos golpes, ofensas y días sin comer, obviamente decidió creerle a mi padre. No tenía amigos, nadie en el colegio sabía tan siquiera mi nombre pues yo misma optaba por no hablar con ninguno. Mi increíble hermana mayor era talentosa, fácilmente pudo ir a la universidad y mis padres trabajaban lo suficiente para pagarle sus estudios. El día que les conté que mi sueño era ser pianista se burlaron, me dijeron que nunca me pagarían a un profesor y que lo único bueno que podría hacer es trabajar para ayudarles con los estudios de Sylvia.
Tres años después, las cosas cambiaron. A esa corta edad ya sabía lo que era el sexo, mi propia sangre me había obligado a descubrirlo. Mi hermana ya no dormía en mi misma habitación y eso facilitaba las cosas para la criatura que me visitaba las madrugadas alternas. Me tapaba la boca con fuerza, y aunque mis lágrimas le mojaban la mano, no se detenía. Me bajaba la ropa interior sin aviso ninguno. Por mucho que intentara hacer fuerza, no podía evitar lo que sucedía. Mi padre había avanzado en sus juegos sucios. Ya no sólo me tocaba a mí y a su miembro, ahora también me llenaba de dolor completamente, hacía con mi delgado cuerpo lo que quisiera. Veinte minutos de sufrimiento y se retiraba. Mis sábanas nunca eran tan blancas, pequeñas gotas de sangre la manchaban.
Como regalo por mi cumpleaños número quince fui encerrada en el sótano. Recibía comida una vez al día y el esposo de mi madre no dejaba de ir en las noches. Mi vida era asquerosa, hasta que cumplí los diecisiete años.
No sabía que día vivía, solo me encontraba sentada, en la misma posición en la que me había puesto la noche anterior, con mi cabello revuelto, con mi bata amarillenta, con mis pies descalzos y ñañarosos. En mi rostro no había emoción alguna, tenía unas bolsas oscuras debajo de mis ojos, los cuales miraban a la nada. Cualquier persona que me viera pensaría que estaba muerta, pero no, seguía viva, y estaba pensando.
-¡Andrew! Bájale la comida - se escuchaban tenues voces de arriba.
Dos minutos después, el ruido de la cerradura al abrirse daba la prueba de que alguien venía. Los pasos al bajar la escalera eran secos y fuertes, casi para intimidar, pero yo no me inmuté, seguí pensado.
Una bandeja se deslizó hasta llegar a unos centímetros de mis pies. Un plato con un poco de algo que no podía reconocer, un tenedor y un vaso con agua la ocupaban. Me incliné hacía ella y empecé a comer eufóricamente.
-¡Eres una glotona! ¿No, perrita? -el sonido del deslizado de la bragueta me hizo mirar. Una sonrisa adornaba su rostro -Hoy recibirás también postre.
-¡Tienes razón, hoy sí me divertiré!- le contesté mirándolo y lamiendo mis labios.
Mi padre soltó una carcajada y se me acercó. Solté la comida poniéndome de pie. Lo miré firmemente. Su mano venía acercándose a mí.
-¡Ves como sí eres una zorri...!- justo antes de que terminara la frase me adelanté y le clavé el tenedor que había estado sujetando en el abdomen, lo saqué rápidamente.
-¡Aaaahhhh, MALDITAAA! ¿CÓMO TE ATREVES?- Gritaba mi padre mientras retrocedía. Comencé a reír escandalosamente, opacando sus gritos.
-¡Vamos!, Pero si es divertido- Seguía riendo mientras me acercaba a él, en un movimiento rápido le volví a clavar el arma, esta vez en un muslo.
No paraba de gritar y eso me daba placer, me encantaba. Debido a este último golpe calló al suelo, su ropa estaba toda manchada en sangre, me senté encima de él. Le clavé el tercero en el ojo izquierdo. Lo torcí. Izquierda, derecha, otra vez izquierda, y lo saqué, llevándome conmigo su ojo.
-¿Qué pasa papá?, ¿Hoy no jugamos?, ¿Hoy no me tocas a la fuerza?, ¿Hoy no vas a abusar de tu propia hija? -la rabia me estaba consumiendo, ese hombre se desangraba justo debajo de mí, y yo lo disfruté tanto.
Mi padre dejó de moverse, la felicidad no dura para siempre, pensé.
Empecé a caminar en dirección a las escaleras, por fin saldría de ese infierno, solo necesito deshacerme de ella.
Caminé por mi casa, silenciosamente. Entré a su habitación, allí se encontraba un hacha que mi padre siempre tenía debajo de la cama, la agarré con una mano y seguí caminando por los pasillos, mi mano libre iba rozando con delicadeza la pared...ella estaba en la cocina, de espadas a mí, me le detuve justo detrás.
-¡Adios mamá! -ella giró su cuerpo y sin tiempo a reaccionar, su cabeza salió rodando, dejando una gran mancha de sangre en la cocina. -Te odio.
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Vitae
Random"Vitae" cuenta la historia de una adolescente que vive bajo la sombra de su perfecta hermana. Junto con su familia se muda a un pueblo alejado y rodeado de bosques. Luego de una serie de acontecimientos y sucesos desfavorables, la extraña desaparici...