capítulo 10.

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Oigo la cerradura volviéndose a abrir, y me incorporo. Las píldoras que la enfermera me dio me hacen sentir somnolienta. No sé cuánto tiempo dormí, pero no pudo ser tanto como para que ya sea hora de comer otra vez. Sin embargo, sostiene otra bandeja. Ni siquiera tengo hambre. Me pregunto si antes me terminé el espagueti. Tampoco puedo recordar comerlo. Debo estar mucho más loca de lo que pensé. Pero recuerdo algo. Me debato en contárselo, pero se siente privado. Algo que quiero mantener para mí.

-¡Hora de la cena!.--dice, acomodándola. Levanta la tapa para revelar un plato de arroz y salchichas. Lo miro con cautela, preguntándome si tendré que tomar más píldoras. Como si me leyera la mente, me entrega un vasito de papel.

-Todavía estás aquí.--digo, intentando pararme. Estas pastillas me hacen sentir pésima.

Sonríe.

-Sí. Toma tus píldoras para que así puedas comer antes de que se te enfríe.--las coloco en mi boca mientras me mira, y bebo un sorbo de agua.--Si te comportas, podrás ir a la sala de recreo en la mañana. Sé que debes tener ganas de salir de esta habitación.

¿Qué significa comportarse? Hasta ahora no he hecho nada más terrible que levantarme.

Como mi cena con un tenedor de plástico en lo que me mira. Debo ser una auténtica delincuente si me tienen que supervisar durante la cena.

-Prefiero usar el baño en vez de la sala de recreo.--le digo.

-Come primero. Regresaré para llevarte al baño y a tomar una ducha.

Me siento como una prisionera en lugar de una paciente.

-¿Por qué estoy aquí?.--pregunto.

-¿No lo recuerdas?

-¿Preguntaría si lo recordara?.--respondo. Me limpio la boca en tanto sus ojos se estrechan.

-Termina tu comida.--dice con frialdad.

Inmediatamente mi enojo aumenta, por la forma en que dicta cada segundo de mi vida como si fuera la suya.

Arrojo el plato al otro lado de la habitación. Se estrella contra la pared cerca de la televisión. El arroz y las salchichas vuelan por todas partes.

Eso se sintió bien. Se sintió más que bien. Se sintió propio de .

Entonces me río. Tiro la cabeza hacia atrás y me río. Es una risa profunda, malvada. ¡Dios mío! Es por esto que me encuentro aquí.

«Loooooca.»

Soy capaz de ver los músculos de su mandíbula tensarse. La molesté. Bien. Me levanto y corro por un fragmento roto del plato. No sé qué sucede conmigo, pero se siente bien. Defenderme se siente bien.

Trata de agarrarme, pero me deslizo fuera de su alcance. Recojo una enorme pieza de porcelana. ¿Qué tipo de hospital mental te da platos de porcelana? Es un desastre a punto de ocurrir. La apunto con el trozo y me acerco un paso.

-Dime lo que pasa.

No se mueve. Lo cierto es que parece bastante tranquila.

Es entonces cuando debe abrirse la puerta a mi espalda, porque lo siguiente que sé es que siento un fuerte escozor en el cuello y caigo al suelo.

Jamais, jamais (II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora