capítulo 12.

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Cuando me despierto, todo está limpio. No hay arroz, ni salchichas, ni fragmentos de porcelana para lastimar a una zorra.

«¡Vaya! ¿De dónde salió eso?» Me siento chiflada. Ella tenía todo esto programado a la perfección.

Dejar inconsciente a Sammy, traer su comida de mierda, dejar inconsciente a Sammy, traer su comida de mierda.

Pero esta vez, cuando regresa, no tiene la comida de mierda. Sino que lleva una toalla y una barrita de jabón.

«¡Por fin! Un baño.»

-Ya es hora de ducharse.--dice. Esta vez no es tan agradable. Su boca forma una línea apretada en su cara. Me pongo de pie, esperando balancearme un poco. La aguja en el cuello fue más fuerte que las otras cosas que me han estado dando, pero no me siento mareada. Mi mente está bien despierta; mi cuerpo listo para reaccionar.

-¿Por qué eres la única que viene?.--le digo.--Si eres una enfermera, debes trabajar por turnos.

Ella se da la vuelta y camina hacia la puerta.

-¿Hola...?

-Compórtate.--dice.--La próxima vez, las cosas no resultarán muy bien para ti.

Cierro la boca porque me va a sacar de este sitio, y tengo muchas, muchas ganas de ver lo que hay detrás de esa puerta.

La abre y me deja salir primero. Hay otra puerta enfrente. Me siento confundida. Ella gira a la derecha y veo que hay un pasillo. Justo a mi derecha hay un cuarto de baño. No he utilizado el inodoro desde hace horas, y al instante en que lo veo, comienza a dolerme la vejiga. Me entrega la toalla.

-La ducha solo tiene agua fría. No te demores mucho tiempo.

Cierro la puerta. Es como un búnker. No hay ventanas, las paredes de hormigón están sin refinar. El inodoro no tiene tapa ni asiento, sólo un agujero sin montura con un lavabo a su lado. Lo uso de todos modos.

En la cima de la bañera hay una nueva bata de hospital y ropa interior. Estudio todo mientras hago pis, buscando algo. Cualquier cosa. Hay una tubería oxidada cerca del suelo que sobresale de la pared. Limpio el baño y me muevo hacia ella. Meto la mano y tanteo lo que hay dentro. Qué asqueroso. Una parte de la tubería se ha ido desgastando.

Voy a abrir el grifo de la ducha, en caso de que ella esté escuchando. Es un diminuto pedazo de metal, pero con un poco de esfuerzo, soy capaz de separarlo de la pared. Es algo, por lo menos.

Lo llevo a la ducha conmigo, sosteniéndolo en una mano mientras lo lavo. El agua es tan fría que no puedo detener el castañeo de mis dientes. Trato de apretar la mandíbula, pero mis dientes siguen repiqueteando dentro de mi cabeza a pesar de lo mucho que trato de detenerlos.

¿Qué tan patética soy? No tengo control sobre mis propios dientes. Ni sobre mis propios recuerdos. Ni tampoco sobre cuándo como, duermo, me ducho o hago pis.

Lo único que siento que puedo controlar es mi eventual escape de dónde sea que me encuentre. Agarro la tubería en mis manos con todas mis fuerzas, sabiendo que podría ser lo único que me devuelva algún tipo de control.

Cuando salgo del baño, está envuelta en papel higiénico y escondida en mi ropa interior; unas simples bragas blancas que dejó para mí. Todavía no tengo un plan; voy a esperar el momento adecuado.

Jamais, jamais (II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora