capítulo 14.

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Dormí más.

En esta ocasión no es a causa de las pastillas. Fingí tragarlas y las guardé en mi mejilla. Ella se quedó tanto tiempo que comenzaron a disolverse. Tan pronto como la puerta se cerró a su espalda, las escupí en mi mano.

No más somnolencia. Debo estar con la mente despejada.

Dormí por mi propia voluntad y soñé más. Con la misma chica que apareció en el primer sueño. ¿O debo decir el primer recuerdo? En este, la muchacha me llevaba por una calle sucia. No me miraba, tenía la vista puesta al frente y todo su cuerpo era atraído hacia adelante como si una fuerza invisible se hubiese apoderado de ella. En su mano izquierda había una cámara. Se detuvo de repente y miró al otro lado de la calle. Seguí su mirada.

-Allí.--dijo.--Mira.

Pero no quería mirar. Le di la espalda a lo que ella observaba y en su lugar miré un muro. Entonces, de la nada, su mano soltó la mía. Me volví y la vi cruzar la calle y acercarse a una mujer sentada con las piernas cruzadas contra una pared. En sus brazos, sostenía un bebé pequeño envuelto en una manta de lana. La chica se agachó delante de ella. Hablaron durante mucho tiempo. Le entregó algo y ella sonrió. Cuando se levantó, el bebé comenzó a llorar. Fue en ese momento cuando ella tomó la foto.

Aún podía ver su rostro cuando me desperté, pero no era una imagen de la vida real, era una foto. La que tomó. Una madre andrajosa con el cabello anudado, mirando a su bebé, que abría la boquita en un grito; el telón de fondo era la pintura descascarada de una puerta azul brillante.

Cuando el sueño terminó, no me sentí triste como la última vez. Quería conocer a la chica que documentó el sufrimiento en tales colores vivos.

...

Me despierto en medio de lo que supongo es la noche. Ella regresa con el desayuno.

-Otra vez tú.--digo.--Nunca tienes un día libre... ni una hora.

-Sí.--dice.--Estamos escasos de personal, así que trabajo en turnos dobles. Come.

-No tengo hambre.

Me ofrece el vaso de píldoras. No lo tomo.

-Quiero ver a un médico.--le digo.

-El médico se encuentra muy ocupado hoy. Puedo programarte una cita. Probablemente puedas verlo en algún momento de la próxima semana.

-No. Quiero verlo hoy. Quiero saber qué medicamento me estás dando y quiero saber por qué estoy aquí.

Es la primera vez que he visto algo más que no sea una amabilidad aburrida en su rostro. Se inclina hacia delante y puedo oler el café en su aliento.

-No seas una mocosa.--sisea.--No demandarás nada aquí, ¿me entiendes?.--me pasa las pastillas.

-No las tomaré hasta que un médico me diga por qué estoy aquí.--le digo, señalando las píldoras.--¿Tú me entiendes?

Creo que me golpeará. Tanteo debajo de la almohada en busca del pedazo de tubo. Con los músculos de los hombros y la espalda tensos, y la parte posterior de los pies presionadas contra el azulejo, estoy lista para saltar si es necesario. Pero la enfermera se da la vuelta, inserta la llave en la puerta y se va. Oigo el clic de la cerradura y luego me vuelvo a quedar sola.

Jamais, jamais (II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora