Capítulo 12: Ciudad Roja

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Comisaría central, celdas – día

Ana luego de ver que la puerta de la celda estaba abierta, caminó lenta y disimuladamente por el pasillo. Le sorprendió ver que ninguna celda estaba ocupada, estaban limpias, nuevas y relucientes. Ana se acercó a la única puerta que había en el lugar, y la abrió lentamente. Miró de reojo por una pequeña rendija, y luego la abrió de golpe.

–¡¿Nadie?! –exclamó sorprendida.

Comisaría Central, Hall – día

Ana, al dar su primer paso miró hacia ambos lados. No había nada ni nadie, tan sólo algunos papeles sobre uno de los escritorios, algunas pantallas apagadas en otro rincón y un silencio sepulcral que más que atemorizar a la decidida periodista, le causaba gracia.

–Me estaba extrañando que estos tipos no metieran sus narices en este supuesto arresto –dijo para sí misma.

La periodista caminó por el pasillo central mirando hacia ambos lados, había un teléfono descolgado sobre un mesón que parecía ser el lugar donde atendían a las personas, en otro lado habían varias carpetas, pero ni lápices ni personas. Llegó hasta la puerta principal, la cual estaba encadenada. Ana tomó la cadena y la tiró un par de veces, pero estaba absolutamente firme. Con toda la calma del mundo siguió caminando hasta una gran ventana que había a un lado. Abrió la cortina blanca que cubría el vidrio y apareció un frondoso bosque que la inquietó y desconcertó. Luego recordó un detalle que en el momento pasó por alto.

El conductor del carro policial hizo una seña con las manos al Oficial Cifuentes. Este, quien iba sentado junto a Salazar, sacó una capucha del bolsillo de uno de los asientos y la puso sobre la cabeza de la periodista.

–Es por seguridad –dijo el oficial.

–¿Hay algo que no puedo ver? –preguntó ella.

Nadie respondió.

–Ahora entiendo todo –dijo.

Ana sacó una de sus zapatillas de su deportivo look de día Sábado y la lanzó con fuerza al vidrio. Rebotó. Luego se acercó e hizo sonar sus uñas en el cristal.

–Esta mierda no se quiebra con nada –dijo para sí misma algo preocupada–. Estoy atrapada.

Ana caminó, sin perder la calma aún hacia la parte donde había pantallas. Al dar la vuelta por un alto mueble de madera que parecía tener varios años ya, bajo las pantallas que se vislumbraban desde fuera había una videograbadora. Ana puso la cinta en el interior y presionó el botón "play". En la pantalla apareció nuevamente la extraña cara y ese símbolo de color rojo en el centro.

“Bienvenida a Ciudad Roja, dónde no todo lo que ves es lo que es”

Las otras pantallas comenzaron a encenderse solas. En una apareció Diego y Estela, ambos sentados en el escritorio del periodista con una taza de café en sus manos. En la otra Susana, Iván, Álvaro y Angelina dentro del hogar de Liz, en otra Alejandro, esperando con un rostro de impaciencia sentado en el hall principal del Hospital Psiquiátrico de la Ciudad, y en la última una Enfermera corriendo por los pasillos del hospital, al parecer gritando o diciendo algo.

Luego la pantalla cambió nuevamente.

“El juego es simple: escapa. Cuidado con donde pisas”

–Comenzó la hora de jugar –exclamó Ana, bastante nerviosa, mirando el vacío completo de la sala donde estaba de pie.


Algún pasillo del Hospital Psiquiátrico – día

(Terror, Suspenso) Llave al InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora