Cuento #18: El Gato Y La Bruja (1a Parte)

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En un lugar alejado de la gran ciudad en una finca rústica, vivía una pareja de gatos muy ancianos. El macho se llamaba Ronald y la hembra Getrudis. Eran ambos muy devotos de la Iglesia, ya que habían nacido en familias practicantes. Era otoño, y las hojas, entre amarillentas y anaranjadas caían sobre las calles de Ciudad Gatuna. Allí es donde vivían sus dos nietos, Rupert y George, de los que esperaba una visita de ellos en unas 2 horas. Entrada la noche, en el anochecer, el abuelito Ronald siempre les contaba experiencias de sus vivencias a lo ancho y largo del mundo, ellos siempre las escuchaban con atención desde muy pequeños, eran adultos pero gozaban de ellas, escondiendo su madurez y sacando a relucir su inocencia. Hoy el cielo estaba morado tirando a negro y Rupert miraba desde los ventanales de su comedor - sentado en una mecedora con una mantita- la puesta de sol. Todos los días hacía lo mismo, le traía muy buenos recuerdos de su juventud.

El timbre sonó.
-Deben ser Rupert y George, voy a abrir- afirmó Gertrudis, colocándose bien sus anteojos.
-¡Abuela, abuela!- se podía oir al otro lado de la puerta.
-Pequeñuelos, ¡ya voy!
Gertrudis abrió la puerta y pasaron sus nietecitos. En un abrir y cerrar de ojos se abrazaron muy fuerte a su abuela.
-¡Cuanto me quieren mis nietos!- dijo la abuela sonriendo, mientras les acariciaba y mimaba.
-¿El abuelo nos contará otra historia?- preguntaron con mucho ánimo.
-¡Claro que sí! El abuelito os está esperando en el salón.
Los jóvenes pasaron al salón, y encendiendo la chimenea, el abuelo se disponía a contarles una historia. La abuela preparó leche con galletas, y mientras el abuelo se sentaba en su mecedora, los jovenzuelos se sentaban alrededor de él. Les resultaba más comodo, siempre lo hacían.

-¿Que nos vas a contar hoy, abuelo Ronald? - preguntaron al unísono
-Hoy os voy a contar la historia de como una antigua dueña mía, una bruja, se convirtió a Nuestro Señor Jesucristo- advirtió profundamente.
-Vaya, abu, ¡eso es muy interesante! Pero, ¿no será un cuento de terror, no? - preguntó George
-No, tranquilos- rió Ronald- Es muy hermoso lo que os voy a relatar.
-¡Vamos! - exclamó Rupert con salero.

"Esta historia ocurrió mucho antes de la Revolución de los Gatos. Yo nací siendo un gato callejero, y me adoptó una chica jóven. Iba bastante bien arreglada y en ese tiempo era bellamente hermosa. En la misma casa vivía también su madre, a la que amaba mucho. Se llevaban como uña y carne. Se amaban y respetaban mutuamente. No era muy común ver esas cosas en aquellos tiempos. Sucedió que la madre enfermó gravemente de un cancer y finalmente murió. Su hija, mi dueña, quedó gravemente consternada y deprimida, en ese tiempo perdió la cordura y empezó a interesarse por la brujeria, el espiritismo, la Wicca, entre otros muchos pecados y faltas. Sin embargo, conservó parte del amor de su época lúcida y seguía interesándose y cuidando de mí. Yo cada vez estaba más preocupado, porque la paga del pecado es el Infierno, como bien sabeis nietecitos. Tenía amigos por los tejados y por los barrios, que también eran devotos y junto a ellos, enpecemos a urdir planes de como alejar a mi ama de esas porquerías. El primer plan que ingenieros fue gracias a mis amigos Pelusito y Paolo, nos sentemos en un callejón, y ahí empecemos a discutir, mientras yo contaba el problema en el que estaba atrapado:
-Como bien sabeis, mi ama se encuentra atrapada en los pecados de la hechicería y planea ingeniárselas para revivir a su madre, no sé si se puede realizar tal cosa, yo sinceramente creo que no, pues solo se muere una vez y las personas resucitan en el cielo, y después en la Parusía, si han sido santos, pero no se puede revivir a las personas por arte de magia, yo confío en la voluntad del Señor y sé que es imposible- dije yo tirándome de los bigotes, como suelo hacer cuando reflexiono.
-Ella debe volver a la fe de nuestros padres si quiere salvarse. Satanás la tiene bien atada en sus tretas- dijo Paolo mientras se comía una lata de sardinas.
Pelusito era el más joven de todos, casi un cachorro, era un gato de raza Esfinge egipcio, bastante inteligente, pero sus ideas quizás fueran un poco fuertes y frías. Aún así era el cerebro del grupito.
-Sugiero que la dirijamos a la Iglesia a hablar con el sacerdote. ¡Tengo un buen plan! Ronald, cogerás uno de sus frascos de pociones y saldrás corriendo al sacerdote del pueblo, cuando se encuentre en el parque descansando- es de mala educación que los animales entren en la Iglesia-. Ella te seguirá y se lo mostrarás al párroco, tu ama dira algo como: "Es mío". Sabiendo como es el padre Zacarías y la inteligencia que tiene, cro que reconocerá lo que es el frasco. Por supuesto tu amá correrá detras y se producirá un momento incómodo para el ama cuando se encuentre frente a frente al sacerdote- sugirió Pelusito.
-Es una buenisima idea, sé perfectamente donde se encuentra el parque, espero llegar a tiempo y cumplir el plan- dije

Todos volvimos a nuestras casas, impacientes y desesperados por saber que pasaría. Mientras estaba tumbado en la gatera, bien arropado por la Ama, no paraba de darle vueltas a mi cabeza peluda. Esa misma noche no dormí bien, tuve una desagradable pesadilla en la que por el camino hacia el parque me atropellaba un coche. Al momento en el que iba a chocar contra mí, me desperté, empapado en sudor.

Era bien de mañana, y el Ama se encontraba delante de su mesa, preparando las pociones y conjuros, en el momento en el que se dió la vuelta, no me acuerdo para que, hace muchos años de esto, agarré el frasco y salí corriendo de allí.

-¡Rupert, no te lleves las cosas de tu ama! ¡No son tuyas! - respondió malhumorada mi Ama.

Corrí y corrí, salí de entre las verjas del porche, con tan mala suerte que me quedé enganchado, la Ama venía rapidamente por detrás y me cogió de la cola y tiró hacia ella:

-Ya te tengo, pequeño minino- dijo mi mami con aires de victoria.

Pero no logro lo que ella quiso, ya que conseguí zafarme y salir hacia la calle. No quise mirar hacia atrás por los nervios, pero vi que mi ama saltó directamente por los muros de la casa, incluso con verja. Me gritaba por detras: "¡Rupert! ¡Rupert! Chico malo". Las calles de la carretera estaban desiertas en ese momento, pero logré vislumbrar un coche por la lejanía. "No había tiempo que perder", me dije para mi mismo. El coche iba a toda velocidad, pero conteniendo el miedo, me aventuré a cruzar la calle.

... CONTINUARÁ...

El Evangelio para Sadboys (En construcción) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora