Seis.

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La ayudo entrar hacia su departamento aún con el calor que tengo en las mejillas. El recepcionista nos vió entrando y no se le ocurrió nada más que preguntarle si es que soy su nuevo pretendiente.

Una vez ya dentro.
Puedo darme cuenta que no hay muchas cosas en este, y todo está muy desordenado. Como si no viniera aquí desde hace mucho tiempo.

Deja la botella de vino en el piso y se sienta en este, sin quitarme la mirada de encima.

-¿Quiere que llame a alguno de sus familiares?

Le pregunto, sin cerrar la puerta de su departamento. Ella niega.

-No tengo familia aquí- me dice. Volviendo a tomar la botella entre sus manos.

Verla así me hace sentir mal.
Y a la misma vez, me hace entrar en una jodida confusión. ¿Debería quedarme o acompañarla?

Gracias a Dios. Ella me la pone más clara.

-¿Podrías acompañarme?

Pregunta. La siento un poco avergonzada, pero a pesar de ello no dudo en asentir. Cierro la puerta de su departamento y me siento en el piso, a su lado. Observando la pila de libros que hay encima de una silla.

-Vivía con él- me explica. Cansada- Hace mucho que no vengo aquí.

Por eso es que le duele tanto.
Si vivía con él no quiero ni imaginar la cantidad de recuerdos que pasaron juntos.

-Es un idiota- vuelve a beber de la botella- No sé cómo pude no notar que me era infiel desde hace mucho... por Dios...

-No se martirice, lo hecho, hecho está, y seguro que vivirá mejor aquí sola que con él.

Trato de animarla.
Y ella me regala una pequeña sonrisa sin mostrarme los dientes. Puedo darme cuenta que el efecto del alcohol ya se le subió un poco, pero a pesar de ello, sigue completamente consciente de la conversación que tenemos.

-Gracias por todo Ross- pasa las manos por su rostro, y tira la cabeza hacia atrás. Apoyándose en la pared- Muchas gracias.

Asiento.
Sin saber que decir.
De un momento a otro, la siento nuevamente sollozar, y por más que quizá debo de ser más respetuoso con ella, me animo a darle un abrazo.

Y para mi suerte, me corresponde.
Llora sobre mi hombro sin parar. Gasta aquellas lágrimas que solo debería gastar de felicidad, gracia a aquel imbécil que no supo tratarla.

La apego un poco más a mí.
Sintiendo de pronto su boca en mi cuello, suelta pequeños suspiros que me hacen estremecer de nervios. Suspiro yo también, tratando de controlar las ganas que me vienen a la cabeza, pero ella no me deja.
Siento sus manos en una de mis piernas, y sé muy bien que no es con la intensión de follar, sino con la intensión de encontrar el apoyo de otra persona.

Cierro los ojos.
Vamos Ross...
No hagas ninguna mierda...

-No volveré a confiar en él nunca más- retoma la palabra. Separándose de mí.

-Tranquila...

-Lo peor de todo es que ni siquiera me pidió disculpas.

Vuelve a beber de la botella.
Hasta que la deja vacía.
Me relamo los labios, observandola.
Y cuando saca la botella de sus labios, me mira, sus ojos me examinan con confusión. Y yo no aparto la mirada, dejándome hipnotizar por ella.

-Ross...

-Puedo hacerla sentir mucho mejor si me lo permite.

Le digo como un estúpido reflejo.
Esperando no ser golpeando.
Teniendo en cuenta de que me metería en problemas si es que me dice que no.
Pero ella no lo hace.

Cierra los ojos.
Y suspira.
Su cuerpo se acerca a mí, dándome el consentimiento.
Y no tardo en unir nuestros labios cuando la tengo sentada en mi regazo.

Riesgo | Ross Lynch. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora