-Cap.ii-

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Hoy era mi cumpleaños, y como esperaba, los Dursley no se habían acordado, solo de esa cena con los Mason, para cerrar un contrato muy importante.

Acabe de podar y limpiar el jardín, y de pintar el banco, cuando entre para cenar una comida insignificante y subir a mi habitación, haciendo como si no existiese.

Entré de puntillas en mi dormitorio, cerré la puerta y me eché en la cama. El problema era que ya había alguien sentado en ella.

La pequeña criatura que yacía en la cama tenía unas grandes orejas, parecidas a las de un murciélago, y unos ojos verdes y saltones del tamaño de pelotas de tenis. En aquel mismo instante, tuve la certeza de que aquella cosa era lo que le había estado vigilando por la mañana desde el seto del jardín, mientras podaba. Oí la voz de Dudley proveniente del recibidor.

—¿Me permiten sus abrigos, señor y señora Mason?

Aquel pequeño ser se levantó de la cama e hizo una reverencia tan profunda que tocó la alfombra con la punta de su larga y afilada nariz. Iba vestido con lo que parecía un almohadón viejo con agujeros para sacar los brazos y las piernas.

—Esto..., hola —saludé.

—Harry Potter —dijo la criatura con una voz aguda— hace mucho tiempo que Dobby quería conocerle, señor... Es un gran honor...

—Gra-gracias —respondí, avanzando pegado a la pared alcanzando la silla del escritorio.

Quise preguntarle «¿Qué es usted?», pero pensé que sonaría demasiado grosero, así que dije:

—¿Quién es usted?

—Dobby, señor. Dobby a secas. Dobby, el elfo doméstico —contestó la criatura.

—¿De verdad? —dije— Bueno, no quisiera ser descortés, pero no me conviene precisamente ahora recibir en mi dormitorio a un elfo doméstico.

De la sala de estar llegaban las risitas falsas de tía Petunia. El elfo bajó la cabeza.

—Estoy encantado de conocerlo —me apresuré a decir— Pero, en fin, ¿ha venido por algún motivo en especial?

—Sí, señor —contestó Dobby — Dobby ha venido a decirle, señor..., no es fácil, señor... Dobby se pregunta por dónde empezar...

—Siéntese —dije, señalando la cama.

El elfo rompió a llorar, y además, ruidosamente.

—¡Sen-sentarme! —gimió—Nunca, nunca en mi vida...

—Lo siento —murmuré— no quise ofenderle.

—¡Ofender a Dobby! —repuso el elfo con voz disgustada— A Dobby ningún mago le había pedido nunca que se sentara..., como si fuera un igual.

Procurando hacer«¡chss!» sin dejar de parecer hospitalario, indiqué a Dobby un lugar en la cama, y el elfo se sentó hipando. Por fin consiguió reprimirse y se quedó con los ojos fijos en mi.

—Se ve que no ha conocido a muchos magos educados —dije, intentando animarle.

Dobby negó con la cabeza. A continuación, sin previo aviso, se levantó y se puso a darse golpes con la cabeza contra la ventana,gritando: «¡Dobby malo! ¡Dobby malo!»

—No..., ¿qué está haciendo? —di un bufido, me acerqué al elfo de un salto y tiré de él hasta devolverlo a la cama. Hedwig se acababa de despertar dando un fortísimo chillido y se puso a batirlas alas furiosamente contra las barras de la jaula.

Jaeleen Reegan y la Cámara de los SecretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora