-Cap.xxii-

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Me desperté pronto el sábado por la mañana y me quedé un rato en la cama pensando en el partido de quidditch.

Me ponía nervioso, sobre todo al imaginar lo que diría Wood si Gryffindor perdía, pero también al pensar que tendríamos que enfrentarnos a un equipo que iría montado en las escobas de carreras más veloces que había en el mercado. Nunca había tenido tantas ganas de vencer a Slytherin.

Después de estar tumbado media hora con las tripas revueltas, me levanté, me vestí y bajé temprano a desayunar.

Jae estaba esperándome en la sala común, y como si supiera que estaba lo bastante nervioso como para poder hablar, solo me dio un corto saludo. Puede que fuera ella quien estuviera nerviosa, o más bien preocupada, pero si lo estaba lo disimulaba muy bien. Los dos bajamos hasta el Gran Comedor.

Allí encontramos al resto del equipo de Gryffindor, apiñado en torno a la gran mesa vacía. Todos estaban nerviosos y apenas hablaban. Cuando faltaba poco para las once, el colegio en pleno empezó a dirigirse hacia el estadio de quidditch. Hacía un día bochornoso que amenazaba tormenta.

Cuando iba hacia los vestuarios (Jae se había adelantado con los gemelos), Ron y Hermione se acercaron corriendo a desearme buena suerte. Los jugadores se vistieron sus túnicas rojas de Gryffindor y luego se sentaron a recibir la habitual inyección de ánimo que Wood nos daba antes de cada partido.

—Los de Slytherin tienen mejores escobas que nosotros —comenzó— eso no se puede negar. Pero nosotros tenemos mejores jugadores sobre las escobas. Hemos entrenado más que ellos y hemos volado bajo todas las circunstancias climatológicas («¡y tanto! —murmuró George Weasley—, no me he secado del todo desde agosto»), y vamos a hacer que se arrepientan del día en que dejaron que ese pequeño canalla, Malfoy, les comprara un puesto en el equipo.

Con la respiración agitada por la emoción, Wood se volvió hacia mi.

—Es misión tuya, Harry, demostrarles que un buscador tiene que tener algo más que un padre rico. Tienes que coger la snitch antes que Malfoy, o perecer en el intento, porque hoy tenemos que ganar.

—Así que no te sientas presionado, Harry —me dijo Fred, guiñándome un ojo, mientras tenia abrazada a Jae por los hombros y le frotaba el puño contra su cabeza, mientras esta intentaba soltarse.

Cuando salimos al campo, fuimos recibidos con gran estruendo; eran sobre todo aclamaciones de Hufflepuff y de Ravenclaw, cuyos miembros y seguidores estaban deseosos de ver derrotado al equipo de Slytherin, aunque la afición de Slytherin también hizo oír sus abucheos y silbidos.

La señora Hooch, que era la profesora de quidditch, hizo que Flint y Wood se dieran la mano, y los dos contrincantes aprovecharon para dirigirse miradas desafiantes y apretar bastante más de lo necesario.

—Cuando toque el silbato —dijo la señora Hooch— tres..., dos..., uno...

Animados por el bramido de la multitud que nos apoyaba, los catorce jugadores nos elevamos hacia el cielo plomizo. Yo ascendí más que ningún otro, aguzando la vista en busca de la snitch.

—¿Todo bien por ahí, cabeza rajada? —me gritó Malfoy, saliendo disparado por debajo de mi para demostrarme la velocidad de su escoba.

No tuve tiempo de replicar. En aquel preciso instante iba hacia mi una bludger negra y pesada; faltó tan poco para que me golpeara, que al pasar me despeinó.

—¡Por qué poco, Harry! —me dijo George, pasando por mi lado como un relámpago, con el bate en la mano, listo para devolver la bludger contra Slytherin.

Jaeleen Reegan y la Cámara de los SecretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora