-Cap.iii-

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Al cabo de tres días, no había indicios de que los Dursley se hubieran apiadado de mi, y no encontraba la manera de escapar de mi situación. Pasaba el tiempo tumbado en la cama, viendo ponerse el sol tras la reja de la ventana y preguntándome qué sería de mi.

¿De qué me serviría utilizar mis poderes mágicos para escapar de la habitación, si luego lo expulsaban de Hogwarts por hacerlo?

Ahora que los Dursley sabían que no se iban a despertar por la mañana convertidos en murciélagos, había perdido mi única defensa. Tal vez Dobby lo había salvado de los horribles sucesos que tendrían lugar en Hogwarts, pero tal como estaban las cosas lo mas probable era que muriese de inanición.

Se abrió la gatera y apareció la mano de tía Petunia, que introdujo en la habitación un cuenco de sopa de lata. Salté de la cama y me abalancé sobre el cuenco. La sopa estaba completamente fría, pero me bebí la mitad de un trago. Luego fui hasta la jaula de Hedwig y le puse en el comedero vacío los trozos de verdura embebidos del caldo que quedaban en el fondo del cuenco.

La lechuza erizó las plumas y me miró con expresión de asco intenso.

—No debes despreciarlo, es todo lo que tenemos —dije con tristeza.

Volví a dejar el cuenco vacío en el suelo, junto a la gatera, y me eché otra vez en la cama, casi con más hambre que la que tenía antes de tomarme la sopa.

Suponiendo que siguiera vivo cuatro semanas más tarde, ¿qué sucedería si no me presentaba en Hogwarts? ¿Enviarían a alguien a averiguar por qué no había vuelto? ¿Podrían conseguir que los Dursley me dejaran ir?

La habitación estaba cada vez más oscura. Exhausto, con las tripas rugiéndome y el cerebro dando vueltas a preguntas sin respuesta, concilié un sueño agitado.

Soñé que me exhibían en un zoo, dentro de una jaula con un letrero que decía «Mago menor de edad». Por entre los barrotes, la gente me miraba con ojos asombrados mientras yacía, débil y hambriento, sobre un jergón. Entre la multitud veía el rostro de Dobby y le pedía ayuda a voces, pero Dobby se excusaba diciendo: «Harry Potter está seguro en este lugar, señor», y desaparecía. Luego llegaban los Dursley, y Dudley repiqueteaba los barrotes de la jaula, riéndose de mi.

—¡Para! —dije, sintiendo el golpeteo en mi dolorida cabeza— Déjame en paz... Basta ya..., estoy intentando dormir...

Abrí los ojos. La luz de la luna brillaba por entre los barrotes dela ventana. Y alguien, con los ojos muy abiertos, me miraba tras la reja: alguien con la cara llena de pecas, el pelo cobrizo y la nariz larga. Ron Weasley estaba afuera en la ventana.

—¡Ron! —exclamé, encaramándome a la ventana y abriéndola para poder hablar con él a través de la reja— Ron, ¿cómo has logrado...? ¿Qué...?

Me quedé boquiabierto al darme cuenta de lo que veía. Ron sacaba la cabeza por la ventanilla trasera de un viejo coche de color azul turquesa que estaba detenido ¡ni más ni menos que en el aire!

Sonriéndome desde los asientos delanteros, estaban Fred, George y Jaeleen, los hermanos gemelos de Ron y su medio-hermana.

—¿Todo bien, Harry?—me pregunto la pequeña Reegan, con una sonrisa burlona.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Ron— ¿Por qué no has contestado a mis cartas? Te he pedido unas doce veces que vinieras a mi casa a pasar unos días, y luego mi padre vino un día diciendo que te habían enviado un apercibimiento oficial por utilizar la magia delante de los muggles.

—No fui yo. Pero ¿cómo se enteró?

—Trabaja en el Ministerio —contestó Ron— Sabes que no podemos hacer ningún conjuro fuera del colegio.

Jaeleen Reegan y la Cámara de los SecretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora