4. "Recuerdos"

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Clarke cruzó el supermercado a gran velocidad, ganando ventaja a través de los pasillos centrales, en los que tuvo que esquivar a algunos de los rezagados, que al igual que ella habían continuado con la compra pese al aviso de megafonía de que el supermercado cerraría sus puertas, hasta el final de la linea de cajas, donde la gente se agolpaba en largas y desordenadas colas en esa misma actitud urgente.

Se colocó en la última caja con la intención de desaparecer, algo que se le había dado bastante bien hasta ahora, tratando de escapar a la vez de esa sensación que se iba arremolinando bajo su pecho, a medida que más se alejaba y se acercaba a la puerta de salida.

Misión imposible.

Para la rubia, ese encuentro fue como un viaje en el tiempo que la enfrentaba de nuevo a ese pasado que había permanecido enterrado en algún lugar de su memoria y en el que apenas había pensado durante los últimos quince años (o al menos no de forma consciente) salvo en momentos muy puntuales y como algo ya muy lejano; una sensación, un olor, una imagen muy fugaz que la transportaba a aquellos días de su infancia.

Sin embargo, se daba cuenta que, aún cuando habían estado enterrados, todos aquellos recuerdos seguían estando allí, vivos e intactos, tan entrañables y a la vez tan amargos, como atesorados en el interior de una cápsula del tiempo que había permanecido herméticamente cerrada y que se abría de golpe al encontrarse de nuevo frente a frente con esos intensos y hermosos ojos verdes; de alguna manera fue como si nunca hubiese pasado el tiempo.

Lexa tampoco había cambiado demasiado. Entonces era mucho más bajita que ella y su expresión era mucho más infantil e inocente que esa con la que la había mirado mientras sostenía con fuerza el paquete por el otro lado del asa. Claro que entonces tan solo era una niña frágil e inocente y, aunque en su mente seguía siendo la misma niña, los mismos ojos verdes, los mismos carnosos labios y ese pequeño lunar, casi inapreciable en el lado derecho de su labio superior, Lexa ya era toda una mujer, y Clarke se sintió muy pequeña a su lado.

No recordaba con exactitud el momento en el que se conocieron, pero Clarke recordaba conocerla de toda la vida, cuidarla, protegerla, amarla desde muy temprano como algo más que una amiga, disfrazando lo que sentía con esa gran amistad que tuvieron cada día que estuvo a su lado.

Sin embargo, al mirarla antes, se daba cuenta de que ambas llevaban otra vida siendo unas completas desconocidas.

¿Qué había sido de ella? ¿En qué había empleado su tiempo? ¿Estudiaba? ¿Trabajaba? ¿Qué hacia allí? ¿Quién era ese chico castaño de ojos azul claro? ¿Era su novio? ¿Su marido? ¿Tendría hijos? ¿Por qué debería importarle tanto su vida cuando no le había preocupado durante todos aquellos años?

Clarke tenía su propia respuesta para esa última pregunta, pero ¿qué había de ella?.

Lo bueno, lo malo o lo triste, según el punto de vista del que se mirase, era que, a medida que fueron pasando los años, todos aquellos recuerdos, los más molestos y dolorosos así como los errores que había cometido, fueron perdiendo fuerza, importancia, valor, hasta que todo quedó resumido a un simple "cosas de niños"

Pero entonces, ¿por qué verla de nuevo la hizo sentirse como aquella niña que perdía a su mejor amiga, a su alma gemela y a su primer amor?

—¡Mierda! -musitó.

—¿Disculpa?... -preguntó exasperada la cajera, elevando una ceja.

Y de repente... tú. (Historia CLEXA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora