5. "Mensajes de texto"

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Clarke llegó a casa cuarenta y cinco minutos más tarde. El tráfico hizo que esa fuese casi una misión imposible, pero tras lograrlo subió a su apartamento, evitando usar el ascensor como siempre hacía.

Tras todas aquellas horas que pasaba sentada en el salón tatuando, subir cuatro plantas era lo mínimo que se exigía para hacer un poco de ejercicio, pero en esta ocasión lo hizo no solo como medida higiénica para su cuerpo, sino también para su mente.

Durante el trayecto no solo tuvo que lidiar con el tráfico, sino también con sus pensamientos, cuyo tráfico dentro de su cabeza era mucho más espeso, errático y confuso que el de todos aquellos vehículos en la carretera.

Le llevó varios minutos reaccionar a la nota en la que la castaña le confesaba no solo haberla reconocido. ¿Cómo era posible que dijese que la había echado de menos?

Reconocía que alguna vez había fantaseado con esa idea. Pero ¿por qué ahora? ¿Qué había cambiado? Quizás todo sucedía así porque ese era el final de sus días y volver a ver a Lexa la mejoría antes de la muerte.

El mundo entero estaba patas arriba, incluso lo que debía estar enterrado y olvidado hacía mucho tiempo se desfiguraba ahora en un batiburrillo, en una mezcla de sensaciones fría e indescriptible y a la vez tan cálida y llena de significado que simplemente Clarke no podía creer que estuviese pasando.

Toda aquella situación del virus ya era extraña por sí misma y aunque, aún no podía ser consciente del todo de la gravedad, esa pandemia que amenazaba con paralizarlo todo al menos durante quince días era real, al igual que Lexa, y para nada la fantasía que le habían hecho creer a todos.

Sin embargo, Clarke había decidido entender la pandemia como algo "justo" —entre comillas, porque nada bueno podría resultar de algo que amenazaba con matar a gente inocente—pero entendía la necesidad del Universo de que todo el mundo se parase a la vez para restaurar un nuevo equilibrio; como una llamada necesaria de atención a la reflexión que se repetía cíclica y convenientemente cada cien años.

Quizás su pensamiento se debía a que simplemente Clarke sentía que había tocado fondo.

Después de la muerte de su madre y luego la de su padre, había perdido el rumbo e incluso el interés o la necesidad de encontrar una sola razón que explicara la razón por la que se encontraba en mitad de un universo en el que se sentía una parte tan pequeña y minúscula como insignificante; alguien tan prescindible que su ausencia no interferiría en el curso natural de las cosas y estaba preparada para asumir cualquier destino, fuera cual fuese ese destino que había sido escrito para ella.

Pero entonces, ocurría algo que lo cambiaba todo y que desordenaba todos sus pensamientos, sus convicciones más profundas, planteando una nueva pregunta que ocupaba al cien por cien la mente de la rubia.

¿Qué significaba que Lexa estuviese allí? 

Ella se encontraba a más de ciento cincuenta kilómetros de la residencia en la que recordaba haberla visto por última vez y a muchos más kilómetros del destino que sabía que esa castaña había tomado en su vida; una información que Penny, la prima de Lexa, le brindó en una ocasión muchos años después, tras encontrarla por casualidad en una de las visitas que Clarke hacía a sus padres.

Al verla, Clarke se sorprendió y si no fuera porque Penny llamó su atención antes, quizás ni siquiera la hubiese reconocido. Ya era esa niña, sino toda una mujer, guapa y muy atractiva, pero con un aparente estilo de vida muy diferente al que Clarke recordaba.

Y de repente... tú. (Historia CLEXA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora