La salvación

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Al último minuto, Gabriel Agreste canceló los boletos que había comprado. Ya no quería ir a Bretagne, aquella zona tan extravagante del país, donde se hablaba un dialecto que muy pocos alcanzaban a entender, sobretodo él, un parisino que hablaba un francés tan claro y bello como ningún otro.

Cerró la computadora y miró el reloj. Aún faltaban dos horas, así que creyó conveniente levantarse de su escritorio y comenzar a arreglarse. Abrió su gigantesco armario, de donde sacó su traje más limpio, uno creado por él.

Se metió a bañar, se arregló el cabello platino cual había teñido de su color natural para ocultar el par de canas que le comenzaban a salir y después se vistió. Se miró al espejo, contemplando su rostro maduro, cual dejaba ver las cicatrices de su alma. Acomodó sus anteojos nuevos, se puso aquella colonia nueva, carísima y de buen olor. Después se puso aquellos zapatos también hechos por él, y con una última mirada a su trabajo pendiente, sonrió.

Caminó por los pasillos, viendo a Nathalie en la entrada, quien vestía un hermoso vestido negro con púrpura en forma de cola de sirena. Se veía increíble.

—Señor Agreste, vamos en tiempo— decía su asistente, sonriendo con delicadeza, esperanza, alegría.

—Entonces vámonos yendo de una vez— dijo Gabriel con un tono calmado.

Ambos se subieron al auto, uno al lado del otro.

Nathalie le daba la mano para calmarlo. Ambos estaban felices. Al fin Gabriel comenzaba de nuevo.

Una vez los dos estuvieron en aquel hermoso lugar, admiró a la multitud que lo esperaba adentro.

Entró con cuidado. La gente lo veía con admiración. Entre ellos había, sin embargo, personas que no estaban nada cómodas con estar ahí. Por ejemplo, Chloé ardía de rabia, pero estaba tranquila, distrayéndose con su pequeña cría la cual tenía en sus brazos, durmiendo plácidamente.

Se detuvo frente al altar, y entonces, esperó.

Fueron un par de meses muy difíciles para ambos. De hecho, para todos. Fueron dos largos meses en los que Gabriel tuvo que encargarse de dejar las cosas claras con Marinette... Pero había algo que no podían negar, y es que se complementaban a un nivel celestial. Ella era su energía, y él, la calma de ella.

También fueron esos dos meses en los que la verdad salió a la luz. La urgencia de Adrien por casarse con Chloé se debía a que ella, en una de sus famosas y elegantes fiestas, había quedado embarazada. Tuvo que contarle a Adrien pues, aunque confiara ciegamente en Sabrina y la consideraba su mejor amiga, sabía que Adrien la ayudaría. Pero claro, nunca esperó que Adrien le pidiera casarse con ella.

Adrien era un niño dolido. Sabía bien lo que era vivir sin uno de sus progenitores, y no iba a permitir que el hijo de Chloé naciera sin padre. ¿Quién era el padre del hijo de Chloé? Solo ella lo sabía y así iba a ser por siempre. Ahora eso no importaba, porque Adrien, a quien tanto amó, al final se había enamorado verdaderamente de Chloé cuando ella dio a luz y repentinamente su carácter cambió. Ser madre la había puesto en su lugar, haciéndola abrir los ojos de lo irrepestuosa que había sido con todos.

Por eso había tanta prisa con que Adrien y Chloé se casaran.

Nino y Alya estaban en otro lado de la iglesia. Se tomaban la mano, sonriendo. Los tórtolos esperaban a que dentro de unos meses ellos estuvieran en la misma situación.

Juleka y Rose, por su lado, tenían unos días de haber salido del clóset como pareja y ahora buscaban la manera de mudarse juntas a las afueras de la ciudad.

Todos tenían algo que contar, como por ejemplo, que hace apenas un par de semanas Marinette se había graduado de la universidad.

El tiempo que habían estado separados fue suficiente para que se dieran cuenta de que sí podían vivir sin el otro, pero tenían que sanar sus heridas. Gabriel tenía que sanar la pesadez del escándalo de tener una novia de aproximadamente veinte años menos que él, y Marinette tenía que aceptar que no era un secreto, porque Gabriel no tenía nada que ocultar. Lo único que tenían que mantener a discreción, era el perfil para mantener así lejos a todos aquellos que se atrevieran a señalarlos con el dedo.

Pero hoy nadie los iba a señalar, y si lo hacían, a nadie le importaba ya.

Entró Marinette con un hermoso vestido blanco, con un corset de mismo color que asimilaba al látex y un hermoso velo.

Se reunieron en el altar, mirándose con ternura.

Una vez todos estuvieron ahí, la boda comenzó.

Marinette ahora era Marinette Agreste, y ahora Gabriel era el hombre más feliz de toda la ciudad.

La salvación de ellos, por más ilógico que pareciera, era enfrentar su soledad antes de buscar la verdadera solución para poder estar juntos, y claro, la solución había sido aceptar que querían sus planes hechos realidad.

Ahora Marinette, quien daba el beso con el que se sellaba que ahora era la esposa de aquel guapo diseñador, podía entender por qué si era tan especial, era un secreto.

Nunca fue un secreto, más bien fue su tesoro más íntimo.

Entendía, al fin, que sí era especial. Era tan especial como cualquier otra chica, sólo que ella había tenido la suerte de casarse con Gabriel Agreste.

Y eso es mucho más especial.

"Especial" ; {Gabrinette - Gabriel x Marinette}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora