Pista 28. Berlín

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El último día que pasaron en la ciudad se lo tomaron con mucha calma y volvieron al hotel a media tarde para darse una ducha con la intención de salir a tomar algo por los alrededores al atardecer. Las temperaturas veraniegas berlinesas les habían sorprendido casi tanto como que a las cinco y media de la madrugada fuera completamente de día y la luz del sol traspasara las tupidas cortinas que trataban de impedir que los rayos de sol se colaran en la estancia.

- Amelia, ¿has visto las guitarras que hay en recepción? – dijo Luisita de camino al hotel.

- Sí. Es curioso que las tengan ahí, decorando.

- ¿Tú crees que se podrán coger? – preguntó.

- ¿Qué estás insinuando? – la miró elevando una ceja, sabedora de lo que le iba a pedir su chica por la sonrisa traviesa que tenía en sus labios. – No, Luisita.

- ¡Pero si aún no he dicho nada! – se defendió la rubia.

- Cariño, es que no hace falta que me digas nada para que sepa qué está pasando por esa cabecita – indicó Amelia.

- Anda, Amelia – le puso pucheros tirando de su mano como una niña pequeña. – Porfa, porfa, porfa – a los pucheros le sumó ojitos tristes. – Te prometo que luego te lo recompenso – cambió totalmente la expresión de su cara, mordiéndose el labio y elevando las cejas.

- A veces no sé por qué te quiero tanto, con las que me lías – rio dándose por vencida.

- ¿Eso es que sí? – le dio un sonoro beso en la mejilla entrando al interior del hotel mientras Amelia negaba con la cabeza. – Mira además está el chico español. Mucho más fácil preguntar – habló resuelta con una gran sonrisa.

Las chicas se dirigieron al mostrador de recepción y esperaron a que el muchacho, que las reconoció del check-in, estuviera libre para preguntarle.

- ¡Hola! – saludó alegremente – Decidme, ¿en qué os puedo ayudar?

- ¡Hola Carlos! – correspondió Luisita. – Las guitarras esas... – comenzó dubitativa. – ¿Se pueden tocar o están de adorno? – preguntó finalmente haciendo que el chico soltara una carcajada.

- ¡Claro que se pueden tocar! ¿Sabes? – la rubia dirigió su mirada acompañada de una sonrisa a Amelia para que contestara ella.

- Sí, bueno, más o menos – manifestó la morena tímidamente, después de la encerrona que le había hecho Luisita.

- ¿Cuál quieres? – demandó de nuevo el chico para que Amelia eligiera el modelo que quisiera.

- ¿La Gibson negra es mucho pedir? – dijo con una mezcla de atrevimiento y vergüenza tras mirar los instrumentos que estaban colgados.

- ¿Y tú tocas "más o menos"? – inquirió Carlos provocando las risas de las chicas también. – Tenéis que depositar una fianza que se os devuelve al entregar la guitarra después, es el único requisito – explicó.

Tras realizar el pago del importe, el chico se acercó a la pared donde estaba colgada junto con el resto de guitarras y se la entregó a Amelia.

- ¿Os puedo hacer una sugerencia?

- ¡Claro! – exclamaron las dos al unísono.

- Subid a la terraza. Ahora está bastante tranquilo y además tenéis vistas sobre el río y la ciudad, y el atardecer desde ahí es precioso.

- Muchas gracias por todo, de verdad. No sé cómo te lo vamos a agradecer... – habló Amelia.

- Pues... – el chico miró el reloj – en media hora termino mi turno. Si no os importa, ¿puedo ver como tocas "más o menos" una guitarra de casi tres mil euros de las que sólo hay cincuenta en el mundo? – bromeó.

Cara B - [A Luimelia playlist]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora