CRISI SEXTA

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El Saber reinando

No hay maestro que no pueda ser discípulo; no hay belleza que no pueda ser vencida; el mismo sol reconoce a un escarabajo la ventaja del vivir. Excédenle, pues, al hombre en la perspicacia el lince, en el oído el ciervo, en la agilidad el gamo, en el olfato el perro, en el gusto el jimio y en lo vivaz la fénix. Pero, entre todas estas ventajas, la que él más codició fue aquella del rumiar que en algunos de los brutos se admira y no se imita. «¡Qué gran cosa, decía, aquello de volver a repasar segunda vez lo que la primera a medio mascar se tragó, aquel desmenuzar de espacio lo que se devoró apriesa!» Juzgaba ésta por una singular conveniencia (y no se engañaba), ya para el gusto, ya para el provecho; contentóle de modo que aseguran llegó a dar súplica al soberano Hacedor representándole que, pues le había hecho uno como epílogo de todas las criadas perfecciones, no le quisiese privar de ésta, que él la estimaría al paso que la deseaba. Viose la petición humana en el consistorio divino, y fuele respondido que aquel don por que suplicaba ya se le había concedido anticipadamente desde que naciera. Quedó confuso con semejante respuesta y replicó cómo podía ser, pues nunca tal cosa había experimentado en sí ni platicado. Volviósele a responder advirtiese que con mayores realces la lograba, no en rumiar el pasto material de que se sustenta el cuerpo, sino el espiritual de que se alimenta el ánimo; que realzase más los pensamientos y entendiese que el saber era su comer y las nobles noticias su alimento; que fuese sacando de los senos de la memoria las cosas y pasándolas al entendimiento; que rumiase bien lo que sin averiguar ni discurrir había tragado; que repasase muy de espacio lo que de ligero concibió. Piense, medite, cave, ahonde y pondere, vuelva una y otra vez a repasar y repensar las cosas, consulte lo que ha de decir y mucho más lo que ha de obrar. Así que su rumiar ha de ser el repensar, viviendo del reconsejo muy a lo racional y discursivo.

Esto le ponderaba el Zahorí a Critilo cuando más desesperado andaba de poder dar alcance a su disimulado Andrenio.

—¡Eh!, no te apures —le decía—, que así como pensando hallamos la entrada en este encanto, así repensando hemos de topar la salida.

Discurrió luego en abrir algún resquicio por donde pudiese entrar un rayo de luz, una vislumbre de verdad. Y al mismo instante, ¡oh cosa rara!, que comenzó a rayar la claridad, dio en tierra toda aquella máquina de confusiones: que toda artimaña, en pareciendo, desaparece. Deshízose el encanto, cayeron aquellas encubridoras paredes, quedando todo patente y desenmarañado; viéronse las caras unos a otros y las manos tan escondidas a los tiros; constó del modo de proceder de cada uno. Así, que en amaneciendo la luz del desengaño, anocheció todo artificio. Mas para que se vea cuán hallados están los más con el embuste, especialmente cuando viven dél, al mismo punto que se vieron desencastillados de aquel su Babel común y que habían dado en tierra con aquel su engañoso modo de pasar, que ya no llegaban a mesa puesta como solían, con sus manos lavadas y la honra no limpia; luego que comenzaron a echar menos la gala y la gula, el vestido guisado de buen gusto, sin costarles más que una gorra: enfurecidos contra el que había ocasionado tanta infelicidad, arremetieron contra el Zahorí, descubridor de su artificio, llamándole enemigo común. Mas él, viéndose en tal aprieto, apretó los pies, digo las alas, y huyóse al sagrado de mirar y callar, voceándoles a los dos camaradas, que ya se habían abrazado y reconocido, tratasen de hacer lo mismo, prosiguiendo el viaje de su vida hacia la corte del Saber coronado, tan encomendada dél, y de todos los sabios aplaudida.

—¡Qué entrada de Italia ésta! —ponderaba Critilo—. ¡Que laberintos a esta traza se nos aguardan en ella! Conviene prevenirnos de cautela, así como hacen los atentos en las entradas de las provincias donde llegan, en España contra las malicias, en Francia contra las vilezas, en Inglaterra las perfidias, en Alemania las groserías y en Italia los embustes. No les salió vana su presunción, pues a pocos pasos dieron en raro bivio, dudosa encrucijada donde se partía el camino en otros dos, con ocasionado riesgo de perderse muy al uso del mundo.

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