CRISI DÉCIMA.

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Virtelia encantada

Aquel antípoda del cielo, redondo, siempre rodando, jaula de fieras, palacio en el aire, albergue de la iniquidad, casa a toda malicia, niño caducando, llegó ya el Mundo a tal extremo de inmundo, y sus mundanos a tal remate de desvergonzada locura, que se atrevieron con públicos edictos a prohibir toda virtud, y esto so graves penas: que ninguno dijese verdades, menos de ser tenido por loco; que ninguno hiciese cortesía, so pena de hombre bajo; que ninguno estudiase ni supiese, porque sería llamado el estoico o el filósofo; que ninguno fuese recatado, so pena de ser tenido por simple. Y así de todas las demás virtudes. Al contrario, dieron a los vicios campo franco y pasaporte general para toda la vida. Pregonóse un tan bárbaro desafuero por las anchuras de la tierra, siendo tan bien recibido hoy como ejecutado ayer, dando una gran campanada. Mas, ¡oh caso raro e increíble!, cuando se tuvo por cierto que todas las virtudes habían de dar una extraordinaria demostración de su sentimiento, fue tan al contrario, que recibieron la nueva con extraordinario aplauso, dándose unas a otras la norabuena y ostentando indecible gozo. Al revés, los vicios andaban cabizbajos y corridos, sin poder disimular su tristeza. Admirado un discreto de tan impensados efectos, comunicó su reparo con la Sabiduría su señora. Y ella:

—No te admires —le dijo— de nuestro especial contento, porque este desafuero vulgar está tan lejos de causarnos algún perjuicio, que antes bien le tenemos por conveniencia. No ha sido agravio, sino favor, ni se nos podía haber hecho mayor bien. Los vicios sí quedan destruidos desta vez, bien pueden esconderse; y así, con justa causa se entristecen. Éste es el día en que nosotras nos introducimos en todas partes y nos levantamos con el mundo.

—¿Pues en qué lo fundas? —replicó el Curioso.

—Yo te lo diré: porque son de tal condición los mortales, tienen tan extraña inclinación a lo vedado, que en prohibiéndoles alguna cosa, por el mismo caso la apetecen y mueren por conseguirla. No es menester más para que una cosa sea buscada sino que sea prohibida. Y es esto tan probado, que la mayor fealdad vedada es más codiciada que la mayor belleza concedida. Verás que, en vedando el ayuno, se dejarán morir de hambre el mismo Epicuro y Heliogábalo; en prohibiendo el recato, dejará Venus a Chipre y se meterá entre las vestales. Buen ánimo, que ya no habrá embustes, ruines correspondencias, malos procederes, agarros ni traiciones; cerrarse han los públicos teatros y garitos, todo será virtud, volverá el buen tiempo y los hombres hechos a él, las mujeres estarán muy casadas con sus maridos, y las doncellas lo serán de honor; obedecerán los vasallos a sus reyes, y ellos mandarán; no se mentirá en la corte ni se murmurará en la aldea; verse ha desagraviado el sexto de todo sexo. Gran felicidad se nos promete: ¡éste sí que será el siglo dorado!

Cuánta verdad fuese ésta, presto lo experimentaron Critilo y Andrenio, que habiéndose hurtado a los tres competidores de su libertad, mientras aquellos estaban entre sí compitiendo, marchaban éstos cuesta arriba al encantado palacio de Virtelia. Hallaron aquel áspero camino, que tan solitario se les habían pintado, lleno de personas corriendo a porfía en busca della. Acudían de todos estados, sexos, edades, naciones y condiciones, hombres y mujeres; no digo ya los pobres, sino los ricos, hasta los magnates, que les causó extraña admiración. El primero con quien encontraron a gran dicha fue un varón prodigioso, pues tenía tal propiedad que arrojaba luz de sí siempre que quería, y cuanta era menester, especialmente en medio de las mayores tinieblas. De la suerte que aquellos maravillosos peces del mar y gusanos de la tierra a quienes la varia naturaleza concedió el don de luz la tienen reconcentrada en sus entrañas cuando no necesitan della, y llegada la ocasión la avivan y sacan fuera, así este portentoso personaje tenía cierta luz interior, gran don del cielo, allá en los más íntimos senos del celebro, que siempre que necesitaba della la sacaba por los ojos y por la boca, fuente perene de luz clarificante. Éste, pues, varón lucido, esparciendo rayos de inteligencia, los comenzó a guiar a toda felicidad por el camino verdadero. Era muy agria la subida, sobre la dificultad de principio. Dio muestra de cansarse Andrenio y comenzó a desmayar, y tuvo luego muchos compañeros. Pidió que dejasen aquella empresa para otra ocasión.

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