CRISI SEGUNDA

0 0 0
                                    


El estanco de los Vicios

Llamó acertadamente el filósofo divino al compuesto humano, sonoro, animado instrumento, que cuando está bien templado hace maravillosa armonía; mas cuando no, todo es confusión y disonancia. Compónese de muchos y muy diferentes trastes que con dificultad grande se ajustan y con grande facilidad se desconciertan. La lengua dijeron algunos ser la más dificultosa de templar; otros, que la codiciosa mano. Éste dice que los ojos, que nunca se sacian de ver la vanidad; aquél, que las orejas, que jamás se ven hartas de oír lisonjas propias y murmuraciones ajenas. Tal dice que la loca fantasía, y cuál que el apetito insaciable. No falta quien diga que el profundo corazón, ni quien sienta que las maleadas entrañas. Mas yo, con licencia de todos éstos, diría que el vientre, y esto en todas las edades: en la niñez por la golosina, en la mocedad por la lascivia, en la varonil edad por la voracidad, y en la vejez por la vinolencia. Es el vientre el bajo, y aun el vil, desta humana consonancia: y esto no obstante, no hay otro Dios para algunos. Hizo siempre apóstatas los sabios; no digo cuántos, porque los más, y con menos razón, hacen mayor guerra a la razón. Es la embriaguez fuente de todos los males, reclamo de todo vicio, origen de toda monstruosidad, manantial de toda abominación, procediendo tan anómala que cuando todos los otros vicios caducan y se despiden en la vejez, ella entonces comienza y, sepultados ya, los aviva: con que no hay un vicio sólo, sino todos de mancomún; gran comadre de la herejía: dígalo el Septentrión, llamado así, no tanto por las siete estrellas que le ilustran, cuanto por los siete capitales vicios que le deslucen; amiga de la discordia: vocéenlo ambas Alemanias, siempre turbulentas; camarada de la crueldad: llórelo Inglaterra en sus degollados reyes y reinas; paisana de la ferocidad: publíquelo Suecia, inquietando muy de atrás toda la Europa; compañera inseparable de la lujuria: confiéselo todo el mundo; y finalmente, tercera de toda maldad, muñidora de todo vicio, escollo fatal de la vejez, donde zozobra el carcomido bajel humano, yéndose a pique cuando había de tomar puerto. El desempeño desta verdad será después de haber referido las severas leyes que mandó promulgar Vejecia por todo el ancianismo, que para unos fueron favores, si rigores para otros.

Subido en lugar eminente, el Secretario intimó desta suerte:

A nuestros muy amados seniores y hombres buenos, a los beneméritos de la vida y despreciadores de la muerte, ordenamos, mandamos y encargamos:

Primeramente, que no sólo puedan, sino que deban decir las verdades sin escrúpulo de necedades, que si la verdad tiene muchos enemigos, también ellos muchos años y poca vida que perder. Al contrario, se les prohiben severamente las lisonjas activas y positivas, esto es, que ni las digan ni las escuchen, porque desdice mucho de su entereza un tan civil artificio de engañar y una tan vulgar simplicidad de ser engañados.

Item que den consejos por oficio, como maestros de prudencia y catedráticos de experiencia; y esto, sin aguardar a que se les pidan, que ya no lo platica la necia presunción. Pero, atento a que suelen ser estériles las palabras sin las obras, se les amonesta que procedan de modo que siempre precedan los ejemplos a los consejos. Darán su voto en todo, aunque no les sea demandado, que monta más el de un solo viejo chapado que los de cien mozos caprichosos. Dirán mal de lo que parece mal, mucho más de lo que es malo, que esto no es murmurar, sino hacer justicia; y lo que en ellos sería recatado silencio, entre la gente moza pasaría por declarada aprobación. Alabarán siempre lo pasado, que de verdad lo bueno fue y lo malo es, el bien se acaba y el mal dura. Podrán ser malcontentadizos, por cuanto conocen lo bueno y se les debe lo mejor. Premíteseles el dormirse en medio de la conversación, y aun roncar, cuando no les contentare, que será las más veces. Corregirán a los mozos de continuo, no por condición, sino por obligación, teniéndoles siempre tirante la brida, ya para que no se despeñen en el vicio, ya para que no atollen en la ignorancia. Dáseles licencia para gritar y reñir, porque se ha advertido que luego anda perdida una casa donde no hay viejo que riña, y una suegra que gruña.

El CriticónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora