CRISI DÉCIMA

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La rueda del Tiempo

Creyeron vanamente algunos de los filósofos antiguos que los siete errantes astros se habían repartido las siete edades del hombre, para asistirle desde el quicio de la vida hasta el umbral de la muerte. Señalábanle a cada edad su planeta, por su orden y supuesto, avisando a todo mortal se diese por entendido, ya del planeta que le presidía, ya del traste de la vida en que andaba. Cúpole, decían a la niñez la luna con nombre de Lucina, comunicándole con sus influencias sus imperfecciones, esto es, con la humedad la ternura, y con ella la facilidad y variedad, aquel mudarse a cada instante, ya llorando, ya riendo, sin saber de qué se enoja, sin saber con qué se aplaca, de cera a las impresiones, de masa a la aprensiones, pasando de las tinieblas de la ignorancia a los crepúsculos de la advertencia. Desde los diez años hasta los veinte, decían presidirle el planeta Mercurio, influyendo docilidades, con que se va adelantando ya muchacho, al paso que en la edad, en la perfección; comienza a estudiar y a deprender, cursa las escuelas, oye las facultades y va enriqueciendo el ánimo de noticias y de ciencias. Pero descarase Venus a los veinte y reina con grande tiranía hasta los treinta, haciendo cruda guerra a la juventud a sangre que hierve y a fuego en que se abrasa, y todo esto con bizarra galantería. Amanece a los treinta años el Sol, esparciendo rayos de lucimiento, con que anhela ya el hombre a lucir y valer, emprende con calor los honrosos empleos, las lucidas empresas, y cual sol de su casa y de su patria todo lo ilustra, lo fecunda y lo sazona. Embístele Marte a los cuarenta, infundiéndole valor con calor; revístese de aceros, muestra bríos, riñe, venga y pleitea. Entra a los cincuenta mandando Júpiter, influyendo soberanías; ya el hombre es señor de sus acciones, habla con autoridad, obra con señorío, no lleva bien el ser gobernado de otros, antes lo querría mandar todo, toma por sí las resoluciones, ejecuta sus dictámenes, sábese gobernar; y a esta edad, como a tan señora, la coronaron por reina de las otras, llamándola el mejor tercio de la vida. A los sesenta anochece, que no amanece, el melancólico saturnino; con humor y horror de viejo, comunícale su triste condición; y como se va acabando, querría acabar con todos, vive enfadado y enfadando, gruñendo y riñendo y a lo de perro viejo royendo lo presente y lamiendo lo pasado, remiso en sus acciones, tímido en sus ejecuciones, lánguido en el hablar, tardo en el ejecutar, ineficaz en sus empresas, escaso en su trato, asqueroso en su porte, descuidado en su traje, destituido de sentidos, falto de potencias, y a todas horas y de todas las cosas quejumbroso. Hasta los setenta es el vivir, y en los poderosos hasta los ochenta, que de ahí adelante todo es trabajo y dolor, no vivir, sino morir. Acabados los diez años de Saturno, vuelve a presidir la Luna y vuelve a niñear y a monear el hombre decrépito y caduco, con que acaba el tiempo en círculo, mordiéndose la cola la serpiente: ingenioso jeroglífico de la rueda de la humana vida.

Con esto, entró el Cortesano, no tanto a despertarles, cuanto a darles el buen día y aun el mejor de su vida, muy entretenido con la máscara del mundo, el baile y mudanzas del tiempo, el entremés de la fortuna y la farsa de toda la vida.

—¡Alto! —les dijo—, que tenemos mucho que hablar, pues deste mundo y del otro. Sacóles de casa, para más meterlos en ella, y fuelos conduciendo al más realzado de los siete collados de Roma, tan superior que no sólo pudieron señorear aquella universal corte, pero todo el mundo, con todos los siglos.

—Desde esta eminencia —les decía— solemos con mucho deporte algunos amigos, tan geniales cuan joviales, registrar todo el mundo y cuanto en él pasa, que todo corre la posta. Desde aquí atalayamos las ciudades y los reinos, las monarquías y repúblicas, ponderamos los hechos y los dichos de todos los mortales, y lo que es de más curiosidad, que no sólo vemos lo de hoy y lo de ayer, sino lo de mañana, discurriendo de todo y por todo.

—¡Oh lo que diera yo —decía Andrenio— por ver lo que será del mundo de aquí a unos cuantos años, en qué habrán parado los reinos, qué habrá hecho Dios de fulano y de citano, qué habrá sido de tal y de tal personaje! Lo venidero, lo venidero querría yo ver, que eso de lo presente y lo pasado cualquiera se lo sabe; hartos estamos de oírlo, cuando una vitoria, un buen suceso lo repiten y lo vuelven a cacarear los franceses en sus Gacetas, los españoles en sus Relaciones, que matan y enfadan, como lo de la vitoria naval contra Selim, que aseguran fue más el gasto que se hizo en salvas y en luminarias que lo que se ganó en ella. Y modernamente decía un discreto: «Tan enfadado me tienen estos franceses con su socorro de Arras y con tanto repertirlo, que no puedo ver las tapicerías aun en medio del invierno.»

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