♡ 𝓐𝓶𝓪𝓹𝓸𝓵𝓪𝓼 ♡

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 —Guarden todo muchachos, ya es hora de cerrar —indicó el mayor mientras se sentaba en la caja registradora para sacar las cuentas del día, por su parte, los más jóvenes comenzaron a acomodar para así regresar a su faena el día siguiente.

    El joven Rengoku no fue la excepción, el cual logró terminar a pesar de sus torpes movimientos por la emoción de ver a la chica que le robaba el aliento, al culminar su parte fue al baño a cambiarse.

    Mucha confusión causó entre sus compañeros al verlo salir con un uniforme escolar, pero éste logró escabullirse con gran velocidad y así esquivar cualquier comentario de los otros.

    El rubio caminaba sin prestar atención a su alrededor, de la nada toda la tristeza que llevaba acumulada se exteriorizó, algo que era habitual cuando iba de regreso a casa.

    Suspiró en un intento por encoger su desánimo y frustración ante su nueva y deprimente realidad; su sueño de graduarse había acabado en segundo plano, el bienestar de su familia era ahora lo principal y por ello había decidido trabajar en lo primero que encontrara.

La vida es dura.

Y le gusta dar ataques sorpresas.

   Eso era lo que había aprendido hace poco, la desgracia ahora era más palpable en su familia y no podía quedarse de brazos cruzados fingiendo que no pasaba nada con tal de cumplir su egoísta deseo.

    No. Había decidido que haría lo que estuviera a su alcance para al menos velar por su hermano pequeño y evitar que su vida se volviera un tormento.

    Ese era el deber del hermano mayor.

    Con eso en mente, éste marchó decidido hacia su deprimente hogar, solo tuvo que invertir unos segundos para recordar el hermoso rostro de Shinobu y de inmediato todo su desánimo se había ido a la habitación más recóndita de su mente, siendo el chico alegre que todos conocían.


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Vacío.

Sombrío.

Gélido.

   Así se sentía la enorme casa donde un niño sentado al filo de la madera secaba sus lágrimas al sentir la puerta deslizarse. Con rapidez se apresuró a la entrada en donde su hermano mayor lo recibía con un fuerte abrazo.

—¿Cómo te fue en la escuela hoy? —Le cuestionó con unos ojos llenos de inocencia, mirada que encogió el corazón del otro y de inmediato sintió la punzada de la culpa.

—¡Me fue excelente! —Se puso de cuclillas para quedar a la altura del menor —¿Qué hay de cenar? —El niño juntó sus manos con entusiasmo, si había algo que lo hiciera feliz, era cocinar para su familia, y su parte favorita de cada comida era degustarla en compañía de (por lo menos) su hermano mayor; su único pilar de apoyo, el único rayo de luz en medio de la tinieblas que envolvía la enorme casa.

   El pequeño se apresuró a poner la mesa, mientras, el otro Rengoku aprovechó la distracción para colocar el dinero que le habían dado por adelantado en la alacena donde sabía que el menor lo conseguiría.

Con eso bastaría para algunos días.


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❊ Tú eres mi girasol ❊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora