Capítulo 4 Oscuridad

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La noche llegó en un suspiro. Águila daba constantes vueltas en la cama y despertaba ocasionalmente para encontrar una habitación oscura y vacía. Su estómago se estremecía en un rugido sordo. Aunque María Luisa le había llevado un plato de comida ella apenas lo había tocado, no porque supiera mal sino porque le costaba tragar. Cada bocado que probaba se sentía demasiado pesado y en su lento progreso la comida se había enfriado. Simplemente no se sentía capaz de ingerir un solo alimento.

La habitación se sentía demasiado fría y el tiempo parecía avanzar demasiado lento. Su corazón latía demasiado rápido y el hormigueo en su cuerpo la desesperaba. Se sentó al borde de la cama, tenía los pies helados, sus piernas rígidas amenazaban con dejarla caer; pero se levantó y caminó a la puerta.

Por primera vez revisó la estancia, la luz azulada de la luna menguante se filtraba por las ventanas y le permitía cierta visibilidad. Los pasillos eran largos. No sabía qué hora era y no se atrevía a prender una vela, probablemente pasará la media noche.
Tanteó las paredes hasta el final del pasillo donde se hallaba un baño rudimentario con paredes pálidas esculpidas en roca. Al entrar vacilante, apoyándose en la pared, dejó caer un vaso y el estruendo del cristal al romperse hizo eco por toda la casa.

No tardó en aparecer del otro lado del pasillo la luz cálida de una vela. María Luisa caminó hasta ella y la saludó con una sonrisa cansada, conteniendo un bostezo.

—Todavía es demasiado temprano, ¿Por qué no prendiste una vela? —le dijo caminando hacia ella con mirada somnolienta.

—Lo lamento, no quería despertar a nadie. -se disculpó con una sonrisa tímida.

—Muy tarde —reprochó burlonamete—. ¿te sientes mejor?

—Sí, mucho mejor, solo algo inquieta. —respondió con una media sonrisa hasta que vio su reflejo en el espejo iluminado.

—Te oyes mejor, pero te ves terrible. —señaló con un tono exagerado—. Si quieres te preparo un baño, no te preocupes no hay nadie más en la casa.

—¿Tan mal estoy? —preguntó con una sonrisa cansada—. No quisiera molestarte. —trató de disuadirla.

—No te preocupes, herviré el agua, nada mejor para un cuerpo cansado que un buen baño. Además, mi sueño escapó, ¡gracias! —contestó con una sonrisa disponiéndose a irse.

—Gracias —Susurró tímidamente.

María Luisa se fue sin decir nada, encendió una vela en el cuarto de baño y una más en el largo y sombrío pasillo a su paso.

Aquella enorme y una tanto tenebrosa casa le pertenecía a la general María Carmen Taboada. Una casona amplia de dos niveles una vez repleta de sirvientes. A pesar de su apariencia rústica era uno de los lugares más amplios y vistosos de esa pequeña ciudad, por ser el hogar de uno de los más grandes héroes de Qasikay.

***

La familia se vio sumida en deudas tras la muerte de su esposo, el comandante Antonio Rivera, dejándoles solo esa edificación y una pequeña pensión junto a un título sin valor.

Su esposa era una mujer hermosa y fuerte que se rumoreaba incendia de la nobleza indígena del territorio Birú. Tanto ella como su amplia familia formaban parte de la encomienda del padre de Rivera, obligados a trabajar su tierra y servirlos para sobrevivir. Por su belleza fue elegida para servir dentro de la casa y creció cerca del único heredero de la familia, Antonio de quien se enamoró perdidamente. Lo siguió en cada descabellada idea que tuvo el formidable hombre, sagaz empresario y habil político; que enamorado de Maria Carmen y revelándose a su propia familia, formó parte de un movimiento político para defender a la clase empobrecida e indígena de los atropellos de sus compañeros terratenientes, que despojan a los nativos de sus tierras y trataban a sus trabajadores como poco más que esclavos.

La leyenda de Águila y Halcón blanco  -  La invasión de la reinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora