Capítulo 26 Una lucha ardiente (Primera parte)

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Águila observó a Chaskañawi proyectar con ímpetu su voz a través de la aldea, pronunciando un discurso enérgico en el idioma ágil y rítmico de aquella tribu. La calidez de su mirada pareció turbar al testarudo cacique, que tras unos minutos resopló resignado y gritó una orden, haciendo que los pobladores se movilizaran con premura. En un instante todos salieron disparados en distintas direcciones. Ancianos, mujeres y niños entraron rápidamente a sus casas y salieron con pequeños bultos sujetos de lado sobre su espalda para reñirse con Chaskañawi en el centro de la aldea. finalmente, los hombres jóvenes se formaron con lanzas, arcos y flechas frente al cacique.

—No tardaran en alertar a la gente en las misiones, entre tanto prepárese para la batalla, Águila. —dijo el cacique, Katu Yaguatí, con ardor en su mirada y una sonrisa de suficiencia—. ¿Cómo vencemos a estos guardianes rebeldes? —La interrogó, casi desafiándola.

—Ordena a tus guerreros que se venden los ojos con alguna tela delgada, preferentemente negra. No pueden verlos directamente a los ojos, especialmente a las mujeres. —advirtió con voz firme—. Necesitamos hogueras, son sensibles al fuego; son bastante fuertes y sus lanzas están envenenadas, será más efectivo atacarlos con flechas —. Volteó a ver la aldea con una sombra de preocupación en su mirada—, deben irse ahora, aun volando dudo que les lleve más que una hora de ventaja. —frunció el ceño, miró al horizonte y soltó un pequeño suspiro—, debemos contenerlos hasta que Chaskañawi haya guiado a la tribu suficientemente lejos, entonces podrán dejarme, yo les ganaré tiempo para que puedan reunirse con los demás.

—Sin hogueras, no nos arriesgaremos a un incendio y sin vendas, no pelearemos sin ver los ojos de nuestro enemigo. —respondió Katu Yaguatí, impasible.

—Es necesario —elevó su voz sostenido su mirada intensa, soltó un poco de aire y continuó—, pueden paralizarlos con una mirada y obligarlos a matarse entre sí. —le explicó con tono apremiante, tratando de ocultar la tensión en su voz y ansiedad dentro de ella que se avivaba con cada segundo que la tribu permanecía en aquella tierra condenada.

Su costado aun dolía, el calor del ambiente selvático la sofocaba, sus brazos estaban entumecidos por el esfuerzo de cargar a Chaskañawi y una corriente nerviosa recorría todo su cuerpo, como miles de hormigas bajo su piel, urgiéndola a moverse; pero se forzó a mantener el temple para poder proteger la tribu y guiar a estos testarudos guerreros.

—Entonces tenemos que cegarlos. —respondió porfiado.

Águila observó al determinado líder darle la espalda y avanzar hacia la selva, seguido por sus guerreros. Se sorprendió ante la soltura y energía que demostraba su pueblo, que corría ágilmente descalzo a través de la selva. Vio con cautela la espalda fornida del líder con finas cicatrices atravesándola en una diagonal, desde su omoplato a su cadera que se insinuaba a través del pequeño tejido oscuro que lo cubría. Él la miro de soslayo con esos ojos castaños profundos repletos de autoridad y ella lo siguió.

Llegaron a un pequeño campo abierto rodeado de árboles, semejantes a palmeras con grandes hojas que se extendían hasta tocar el suelo. Águila quiso tocarlas, atraída por la intensidad de su color verde fosforescente y por las gotas de roció que las cubrían, brillando como pequeños diamantes; pero antes de que pudiera hacerlo Katu Yaguatí la detuvo sosteniendo su muñeca con fuerza.

—No las toques —ordenó con voz potente.

Sus miradas se entrelazaron en una extraña lucha de poder en la que ninguno cedió hasta ser interrumpidos por la llegada de otros hombres. Así se reunieron en concejo, el gran cacique Kata Yaguatí, sus mejores cazadores y guerreros, supervisados por sus chamanes que los oían en silencio. planeando el combate contra una poderosa fuerza invasora que no tardaría en llegar.

La leyenda de Águila y Halcón blanco  -  La invasión de la reinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora