La leyenda de Águila y Halcón blanco - La invasión de la reina

Capítulo 9 ¿Quién proteje a quien?

Las horas del día pasaban como el viento mientras parte de Águila permanecía sumida en la nostalgia de los recuerdos. En los hola y adiós que se dedicaron ella y Halcón. En las despedías y en la angustia de la lucha eterna del bien contra el mal o los cientos de tonos de gris que existían en realidad.

Las horas pasaban rápidamente entre los pensamientos del ayer y del mañana. En un ejército que no podían vencer y un cuerpo que no sabía si podía pelear. Cada día despertaba preguntándose si sería capaz. Sus brazos dolían tan terriblemente al regresar de la muralla y en sus espaldas sentía el peso de la humanidad.

La semana terminó antes de que ella lo supiera y recuperó movilidad, descubrió sus brazos y cuello fortificados y sus piernas la sostenían firmemente. Por fin su cuerpo dolía un poco menos y tras el entretenimiento diario se descubrió más ágil y certera. Y en su corazón albergo la esperanza de poder pelear.

Cuando se vio a si misma esperando el final, con su capa blanca sujeta a su cintura, esperó el llamado de la general. Esperó por horas en el gran salón de la casa helada, viendo a María Luisa recorrer los pasillos en círculos nerviosos. Era el día en que se unirían a las fuerzas de contención.

Esperaron largas horas; pero no llegó. En su lugar apareció un hombre en traje de sargento. De rostro serio, tez trigueña y mirada cansada. Postura firme pero ligeramente encorvada. Cuando ingreso al domicilio sin tocar la puerta sus pasos se ralentizaron. Águila lo vio mirando el piso, y en sus ojos castaños vio el peso de la batalla y una noticia que no quería dar.

Cuando se encontró en el centro del salón tomó unos segundos para ver a Águila sentada en un sillón ocre. Registró la calidad de sus ropas, la camisa blanca holgada que no terminaba de ocultar la fortaleza en el cuerpo de la joven, la tersa tela de su pantalón que se apegaba a sus muslos ligeramente tonificados y las botas de punta plateada que utilizaba la primera vez que la vio. Cuando reunió valor vio el rostro de Águila y se sorprendió al ver en las delicadas facciones de la muchacha una sonrisa y en sus ojos dorados una mirada cálida que parecía traspasarle el alma.
El tan solo la saludó con una ligera reverencia y repitió el movimiento nervioso ante María Luisa que lo veía sin habla, con expresión fría.

El hombre recorrió con la mirada la silueta de María Luisa pausadamente, aquel vestido rojo lo turbó. La caída de su falda sobre sus pies, la forma en que se estrechaba en su cintura y cubría sus brazos y piernas ligeramente tonificados. Encontró cierto cambio en su cuerpo y en la mirada ansiosa de la joven que reflejaban una confianza que no había visto en ella antes.

-Señorita Taboada, es un gusto verla a salvo y a su invitada recuperada. Vengo con un mensaje de la general. Ordena que usted y su compañera tomen refugio en las montañas al norte de Qasikay en un centro de almacenamiento secreto. Se me envió para custodiar su viaje. Tome sus cosas. Saldremos de inmediato. -dijo con la espalda erguida y la mirada fija sobre su hombro con expresión adusta.

—¡¿Es un chiste?! Marco, ¿viniste a decirme que mi madre me quiere fuera la ciudad que prometió proteger? Ni siquiera lo sueñes ¡No me iré! He trabajado mucho en el muro y con la gente como para abandonarlo todo porque no confían en mí. —dijo rápidamente elevando la voz.

—¡Es una orden! No tienes idea de lo que pasa al otro lado del muro, la gente está muriendo y mi misión es mantenerte a salvo, lo quieras o no. —respondió con el ceño fruncido algo exasperado.

—No puedes obligarme. —afirmó con mirada decidida.

—Claro que puedo es una orden de la general. —sentenció tomándola por el brazo.

Sus ojos se encontraron y en María Luisa destellaba una mirada desafiante. Giró su muñeca y sujetó el brazo de Marco con fuerza y en un ágil movimiento lo llevo tras su espalda apoyando su peso sobre él.