Capitulo 29 Un vuelo nocturno

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La luna llena brilló con intensidad esa noche, el viento en calma susurró entre las ramas de los arboles una canción, una melodía acompasada por la caída del velo de novia

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La luna llena brilló con intensidad esa noche, el viento en calma susurró entre las ramas de los arboles una canción, una melodía acompasada por la caída del velo de novia. Águila permaneció estática frente a la cascada esperando escuchar una voz, el aliento frío de la muerte en su cuello; pero solo había silencio. Los niños dormían abrazados a los cuerpos de sus madres y los guerreros heridos descansaban presas del dulce alivio de las hierbas medicinales que Chaskañawi les proveyó, incluso ella yacía profundamente dormida a la cabeza del cuerpo herido del cacique Katu Yaguatí, cuya fuerza y heroísmo salvó a toda la tribu.

Águila permanecía absorta en el canto de la cascada y el cielo infinito iluminado por el fulgor de miles de estrellas que parecían llamarla. Su cuerpo parecía embriagado de una sensación de vitalidad y euforia mientras su mente era incapaz de cavilar dos pensamientos coherentes, la culpa asomaba su cabeza por la venta de su alma, fiel compañera que nunca terminaba de abandonarla; fue débil, bajó la guardia de su mente y dejo entrar aquel guardián de ojos color esmeralda y probó de sus labios el tibio beso de la muerte. Un toque suave y asombrosamente dulce, tan cálido y profundo; se sorprendió a si misma anhelando su calor, y la pasión que por un instante la inundo. Toda su vida había guardado esa cercanía para el más puro amor, pero aun para Halcón, que le inspiraba un amor tan fuerte e incondicional que a menudo confundía con la lealtad de una hermandad, jamás sintió esa necesidad, ese deseo natural que la arrastraba al abismo de sus sentidos.

El recuerdo de ese guardián, al que su propia espada había herido, despertaba un cosquilleo en su pecho, y en la yema de sus dedos, que buscaban ansiosos el suave toque de sus manos, el tacto cálido de su ser bajo la túnica verde oscuro, como el fondo de una laguna en calma, la forma difusa de sus brazos fuertes, de su espalda ancha, de su cuello firme y su rostro claro como el marfil, impregnado de una fortaleza y seriedad intimidante, y al mismo tiempo atrayente, y el claro iris de sus ojos verdes y sus pupilas oscuras, profundas como el mar nocturno; sintió temor, vacío y un dolor enviciante. Creyó verlo titubear y quiso pensar que dentro de él había algo más, que quizás él la veía como algo más que una avecilla a la cual asesinar.

El pensamiento pareció encender una llama fugaz en su corazón que crecía y amenazaba con todo su ser. Pero antes de zambullirse en el dulce néctar de una pasión nueva e intensa, recordó el puñal dorado que hace apenas un par de noches se había enterrado en su costado, que la había debilitado al punto de dejarla inconsciente y que aún conserva amarrado al cinto, tenía plena certeza de que le pertenecía a él. Recordó la mirada helada de los guardianes que robaban la vida de personas inocentes sin la menor vacilación. ¿Cómo podría él ser diferente? Pero ¿Por qué no la había asesinado?

La leyenda de Águila y Halcón blanco  -  La invasión de la reinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora