Capítulo 14 Respuestas

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Águila esperó en silencio hasta la media noche, observando la luna por su ventana y sonrió al encontrar en un par de estrellas el brillo azulado que veía en la mirada de Halcón blanco. Aguardó a que la paz se apoderara de cada rincón de la casa, con la ligera esperanza de que Marco encontrara el valor para aceptar su amor por María Luisa.

Cuando la luna le dijo que serían las dos, se irguió en medio de la habitación y con suavidad tocó el dije que colgaba de su cuello y lo presionó suavemente sobre su pecho. Cerró los ojos y dibujó en el aire las líneas de un vestido blanco, la caída ligera hasta los tobillos que se abría discretamente, por un lado. La pieza superior color crema con encaje se pegaba a su figura y se difuminaba en su cuello con un escote en V y sobre sus hombros caía una capa color crema sujeta con un broche de plata. Presionó una última vez más la gema en el centro del dije y abrió los ojos descubriendo una luz que emanaba de ella y que se consumió poco a poco dejando ver aquella pieza color marfil y crema sobre su cuerpo. Contenta con el resultado aseguró su espada a su cintura y se deslizó descalza a través de la habitación y los pasillos.

Cuando bajo al primer nivel, casi frente a la puerta oyó pasos tras ella.

—¿Te iras? —casi reclamó María Luisa con los brazos cruzados.

—Así es. —respondió águila en tono dulce.

—¿Lo buscarás?

—Lo haré.

—¿Regresarás?

—Eso espero.

—No podré detenerte, ¿o sí?

—Temo que no. —Dijo acerándose a ella y abrazándola. —No temas, regresaré pronto.

—¿Me dirás a dónde vas? —preguntó María Luisa en tono triste, mientras se aferraba a sus brazos.

—Quizás es su momento. —Le contestó Águila acariciando su cabello y separándose de ella para mirarla a los ojos. —Ve a dormir, es tarde.

María Luisa la vio a los ojos titubeante, forzó una sonrisa, bajó su mirada tristemente y subió en silencio las escaleras apenas iluminadas por el reflejo de la luna.

Águila le dedicó una última sonrisa cuando volteó y se fue. Cubrió su cabello con la capucha de su capa y recorrió velozmente las calles desiertas y oscuras de Qasikay. Evadió a los escasos guardias por callejones estrechos y pasajes naturales que se dibujaban en la irregular geografía de aquella hondonada.

Esperó tras un árbol el paso de un guardia en su ruta nocturna a través del muro y con un par de saltos entre las ramas del árbol, contra la muralla y sobre la presión de su propia espada escaló el muro. Salto de la cima con gracia, clavando la espada en la muralla para frenar su caída y aterrizar sobre la hierba fresca.

Atravesó el bosque con tanta prisa que casi sentía que no tocaba la tierra. Recorría una senda incierta, con la estrella polar como única guía a aquel arroyo donde Halcón la esperaría. El cielo comenzó a nublarse, y a lo lejos retumbó un trueno. Avanzó hasta divisar el arroyo frente así y ralentizó el paso. Sus piernas temblaban ligeramente.
Caminó acariciando los troncos de los arboles a su alrededor hasta llegar al último roble que se erguía orgulloso a orillas del rio. Se abrazó a su inmenso tronco y su corazón se estrujó cuando no encontró a Halcón. Cerró lo ojos y se repitió a si misma de que él estaba vivo y lo había visto la noche anterior. Mantuvo sus ojos cerrados esperando oír sus pisadas. Pero espero, y espero sin que un solo sonido delatara su presencia.

Temió que no aparecería, que quizás lo había imaginado, que quizás no estaba con vida y no era más que una ilusión generada por aquellos ojos verdes que la acecharon en la muralla.

La leyenda de Águila y Halcón blanco  -  La invasión de la reinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora