Capítulo 16 La llegada de la general

157 72 115
                                    

Águila emprendió el viaje de retorno con cierta nostalgia latente en su corazón y la sensación de que era observada. Pero no se atrevía a buscar entre el denso follaje unos ojos brillantes color esmeralda.

El camino de regreso a través del bosque obscuro se le hizo demasiado corto. Aunque intranquilo. Parte de ella sentía alivio al confirmar que Halcón seguía vivo. Aquella sensación cálida y reconfortante de su abrazo, su aroma cítrico, tan extraño y tan familiar al mismo tiempo; u sonrisa y el tacto de sus manos le trajeron una paz y dicha que no había sentido en lo que parecía toda una vida. Pero cada paso que daba alejándose de él, la sumían en una sensación latente se angustia, quizás un presentimiento de que algo terrible pasaría.

El borde de su vestido se tiñó de con el lodo bajo sus pies. El muro poroso se tornó resbaloso cuando ella intentó escalar y la espada deslizándose por el muro alertó a los guardias por un momento. Ella aguardó a que se fueran y realizó una serie de piruetas clavando en el muro dos puñales que guardaba ocultos bajo el vestido una y otra vez para escalar e impulsarse sobre la muralla. Por un instante al caer sintió que volaría otra vez pero aquel giro final sobre la hierba mojada le dolió menos que la decepción y el dolor pulsante en su pecho. Sentía como aquella raíz violácea en su pecho comprimía su corazón, con la sospecha de que solo empeoraría.

Cuando llegó a la casa de María Luisa faltaban poco para el amanecer. La puerta estaba abiertas y cerca de la entrada estaba colgada una bata color turquesa. Águila sonrió ante la imagen. Y entró a aquella enorme casa cuidando de no manchar la alfombra.
Cuando subió a su cuarto sobre su cama había un vestido rosa que sin duda le pertenecía a María Luisa. En el baño encontró la bañera preparada con sales, aunque el agua se había entibiado. Dejó atrás sus prendas mojadas y se sumergió en el agua tibia, y la invadió una sensación de bienestar. Por fin había llegado el momento de pelear.

Los rayos del sol iluminaron lentamente aquella casa a través de un cielo inusitadamente despejado después de la tormenta que había cubierto Qasikay esa misma noche.

Tras aquel corto baño Águila vio su reflejo en espejo, el rostro de la mujer que la veía fijamente parecía menos cansado, pero su cuerpo aún conservaba algunos moretones del entrenamiento con Marco y María Luisa, su cuello casi había sanado por completo pero se sorprendió al ver la marca en su pecho. Aquella raíz violácea que se extendía sobre su corazón se hacía más oscura. Cuando rozó la marca esta no dolía pero la llenaba de un profundo sentimiento de angustia.
Secó su cabello, uso aquel vestido quizá demasiado ceñido. Aseguro su capa a su cintura y presionando el dije que colgaba de su cuello le dio forma a aquel vestido. Sujetó a su cintura en espada envainada y la de halcón ocultándola entre los pliegues del vestido.
En el comedor ya la esperaba María Luisa que vestía un exuberante vestido rojo con botas negras que podrían desentonar un poco con la época. Estaba frente a la cocina y al darse la vuelta solo le sonrió y le ofreció una taza de café particularmente amargo.

—Volviste. —le dijo María Luisa con una sonrisa.

—Te dije que lo haría.

—Tuve miedo de que Marco tuviera razón, El no creía que fueras a pelear en una guerra que no era tuya o arriesgaras tu vida sin más que una razón altruista.

—¿Qué crees tú?

—Creo que hay mucho que no me dices, pero confió en ti. —le dijo con una sonrisa ofreciéndole una pieza de pan y una empanada algo fría. —y dime, ¿encontraste a halcón?

—Espero que sí. Sé que está bien y en su momento nos ayudara a pelear. A veces creo que estas deliciosas empanadas son lo único que sabes preparar.

—A veces tienes razón -respondió con una sonrisa burlona. -Me muero por conocerlo. Seguro mi madre lo amaría. Le fascina la disciplina. -soltó una risita.

La leyenda de Águila y Halcón blanco  -  La invasión de la reinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora