La verdad de Donghae

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La familia Lee de Mokpo escasamente daba que hablar en aquella pequeña localidad costera y rural, ubicada a la orilla del mar al sur de Corea. La costa escarpada y las aguas azules y agitadas proveían un marco natural áspero y agreste, pero de innegable belleza. Los Lee eran una de los pocos cientos de familias que habían establecido su hogar desde hacía generaciones en el aquel rincón apartado del país.

Apartado no solo de las comodidades y novedades tecnológicas de la ciudad, sino también de los cambios sociales que lentamente empezaba a experimentar la sociedad coreana en las últimas décadas.

En Mokpo, la vida de sus habitantes transcurría lenta y con escasa o ninguna variación, apegándose férreamente a las tradiciones, resistiéndose a los cambios y manteniéndose en la seguridad de lo conocido.

En una comunidad pobre y conformada por pocas personas como aquella, cualquier suceso fuera de lo común era prontamente conocido por todos los vecinos, lo que tenía de positivo que si necesitabas ayuda, la gente estaría allí para ayudar desinteresadamente en lo que fuera. Pero por otro lado, la facilidad con que se levantaban chismes y rumores era pasmosa. 

Esta costumbre de meterse los unos en la vida de los otros, era por tanto aceptada y nulamente cuestionada. Las cosas eran así y no iban a cambiar. Funcionaban, para bien o para mal.

 Además, los chismosos y metiches - es decir, todo el mundo - mostraban escasa o ninguna timidez en expresar sus opiniones directamente a los involucrados. Era en verdad un deber de buen vecino y correcto miembro de la comunidad el mostrar y encarar a los demás si estaban cometiendo una transgresión o sobrepasando la norma social sobreentendida. De esta manera, los infractores eran rápidamente puestos en cintura.

Allí, la gente era trabajadora y vivía la pobreza con dignidad y resignación, trabajando en sus propios negocios, pero principalmente en la pesquera industrial que había llegado una década atrás a quitar el pan a los pescadores artesanales y sus familias. Muchos de ellos claudicaron y abandonaron sus propios navíos para trabajar asalariados en la gran empresa. 

Pero las relaciones sociales se mantenían como antaño. Cuando te casabas - y tenías que casarte -  debías hacerlo a edad temprana y producir una numerosa camada de hijos saludables y fuertes. Ojalá varones. Varones muy machos. 

Los chicos al crecer llegarían eventualmente a trabajar a la gran pesquera y las chicas se quedarían en casa atendiendo a su marido, hijos y suegros. Lo público era territorio masculino, lo doméstico el de las mujeres, y no había más.

Los matrimonios duraban para toda la vida, porque así lo decía Dios y porque era lo que las buenas personas hacían. La palabra "maricón" era un terrible insulto que derivaría en intercambio de puños y no una realidad allí. "Tortillera" ni se escuchaba. "Huacho" un estigma con el que unos pocos debían cargar. Un marido golpeador o alcohólico era una verdadera mala suerte que las mujeres debían aguantar calladas. Los hombres podían ser infieles, las mujeres no, aunque nadie alardeaba de ello. La reputación era muy importante. Cosa paradójica, cuando, gracias al chismorreo, todos conocían las faltas de los demás escondidas tras caretas de corrección. Pero todos tenían su propio tejado de vidrio, así que las cosas se mantenían en un equilibrio cómodo y funcional.

Era verdaderamente muy raro que alguien lograra mantener un secreto por mucho tiempo en Mokpo, otra vez, para bien o para mal.

La pequeña familia Lee, increíblemente, logró mantener el suyo por años.

Años de vergüenza, ocultamiento y sufrimiento en soledad.

SeungKwan y Minah se habían casado muy jóvenes, demasiado, ninguno de ellos alcanzaba siquiera la edad legal al contraer el vínculo que los ataría de por vida. Por supuesto, se trató de un matrimonio arreglado por sus padres, lo que no tenía nada irregular, era la regla en el lugar. Por lo que a los muchachos y muchachas jóvenes, solo les cabía esperar a que la suerte y el buen juicio de los mayores resultaran en la elección de un buen compañero o compañera.

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