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-Quítate, mariconetti, todos en la malla sois unos... unos guarros-.
Se quedo unos segundo más embobado por las expresiones molestas de Segis y el cómo sus aromas se habían mezclado tan bien, segismundo también notó la conexión, estaba entre apartar al alfa o disfrutar por más tiempo el aroma a madera.
Al final Ivanov se quitó de encima, más no se alejó mucho, las esposas no le dejaban separarse mucho del chico de pelo negro.

Su hamburguesa se había quedado sobre la charola, intacta, estaba tan distraído en cada movimiento de Horacio así como también en la suave fragancia, no era común que este dejara su aroma libre, cosas del trabajo, claramente, por su seguridad tanto el cómo Gustabo debían medicarse.
Sus pensamientos pararon al notar la mirada de Horacio fija en él, tenía los ojos brillando y un ligero sonrojo así como una pequeña sonrisa incómoda.
-Comisarió.... ¿Se va a ...?-.
Señaló como un niño pequeño la hamburguesa en la charola.
-No, tómela usted-.
-¡Gracias volkov!-.
No tardo ni un segundo en tomar la comida y quitarle el envoltorio, dio un gran mordisco; manchando su cara con los aderezos de la hamburguesa.
Volkov contuvo sus ganas de reír y tomando un puñado de servilletas pidió las manos a Horacio, este no entendiendo del todo se las tendió, limpio sus manos y entrelazo una de sus manos con la de Horacio, con la otra pasó unas cuantas veces el papel por la cara, quitando todas las manchas y de paso dando mimos a Horacio.
Se quedaron un largo rato así, en un silencio cómodo y en una cercanía necesaria para ambos.
Volvieron a la realidad cuando volkov notó el sitio casi vacío, parecían a punto de cerrar y solo quedaban ellos y una pareja más.
-Vamos Horacio-.
El omega bostezo y se puso en pie prendiéndose del brazo de Volkov.
Ambos caminaron hacia la salida cuando en la puerta el alfa se detuvo de manera abrupta.
-¡Comisario Volkov! Hola-.
-Hola...-.
La incomodidad se proyectó en la cara del alfa, mientras que Horacio miraba a la mujer delante suyo quien sonreía de manera muy entusiasta, algo se revolvió en su pecho y se aferró más al brazo del ruso a la vez que arrugaba la nariz por el fuerte aroma a rosas y azúcar.

Canela y miel por error Donde viven las historias. Descúbrelo ahora