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Mierda, no había pensado eso, no lo había hecho, se negaba en rotundo a haber llamado suyo al superintendente.
Sintió que le jalaron hasta donde estaba el resto del cuerpo de policía.

-Los acuerdos fueron el helicóptero, los bloqueos y tres segundos, ahora, greco e ivanov os vais en los Zetas, Horacio y volkov quedaros con las chicas, gustabo y yo nos iremos en la mery de ivanov-.

Cada uno se puso en su sitio, el superintendente subió primero para después darle la señal a Gustabo de que subiera detrás suyo.
-Agárrate fuerte nena-.
La persecución comenzó haciendo al omega temblar ligeramente a la vez que se aferraba como podía al torso de Conway, entre vueltas y sacudidas lograron tras veinte minutos de persecución acorralar al susodicho, por lo tanto la motocicleta como las patrullas pararon y procedieron a detener a los asaltantes.

Nada más bajar el superintendente le hizo una seña para que se quedase ahí, de mala gana se quedó donde los vehículos, odiaba que le excluyeran de las persecuciones.

Estaban tardando mucho en volver y Gustabo estaba cocinándose del calor; se había retirado la chaqueta de policía y se había acomodado las mangas para intentar reducir la sensación de estarse quemado.
Ya estaba bastante sudado para cuando los agentes y conway volvieron, traían con ellos al grupo de puercos asaltantes, los subieron a las patrullas y arrancaron camino a comisaría donde los empapelarían y muy probablemente les mandarían a la penal.
Conway se acercó a la mery para subir cuando un olor en la brisa le hizo parar un segundo, había sido tan rápido que no había sido capaz de captar el aroma, solo sabía que le había dejado un regusto dulce, miró al chico delante suyo y luego negó mentalmente.
-¿Se siente bien abuelo?-.
-¡Calla! gilipollas-.

Canela y miel por error Donde viven las historias. Descúbrelo ahora