Las Fauces Incognoscibles.

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El pan estaba rancio, duro y algo mohoso, era la primera vez que comían en algún tiempo, por lo que no tuvieron reparo alguno en su apariencia, tras mucho deambular por los restos de la ciudad, sobreviviendo gracias a su orina, y a todo lo que no había sido devorado ya por el fuego, o por los demás carroñeros, puesto que no eran los únicos sobrevivientes, ni los más capacitados para vivir... o al menos esa era la impresión que daban a primera vista.

Habían perdido algo insignificante, tanto que nunca notaron poseerlo, ni siquiera cuando les fue arrebatada, únicamente había un sentimiento vacío ocupando su lugar, pero al final terminó siendo algo importante, que les impedía sensaciones tan simples como el regusto del pan podrido raspando sus gargantas, o apreciar el olor a desolación que les rodeaba hasta donde podían ver... e incluso esto, les producía tanta emoción como el ver una piedra desmoronarse lentamente por el paso del tiempo.

Estaban conscientes de que la habían perdido, pero cuando se percataron de ello ya no había nada allí que extrañar, porque no podían, simplemente no les estaba permitido. Y este fue el resultado de su impedimento; vagar por las edificaciones, que amenazaban con desplomarse en cualquier momento, estuvieran dentro o no, en busca de algún sustento que les mantuviera con vida, un día más al menos, pero esto era más por capricho, ya que no tenían apego alguno, por ese abstracto concepto que es la vida, con excepción del uno al otro... ellos eran los únicos que podrían entender qué atravesaba el otro, ya que compartían la misma condición.

Pero esto no aseguraba su supervivencia, nunca lo hizo... hasta ese día, quienes adentrándose más allá de lo que se habían permitido, quizá por un ruido que atravesó furtivamente las ruinas, a su alrededor, o por una visión que les aseguraba algo más allá de ello... pero sin importar el motivo, la conclusión era la misma; la curiosidad había brotado en ellos, como maleza, dejando poco espacio para la duda o la precaución.

Surcando los montículos de escombros, haciendo caso omiso a los lamentos debajo, dirigiéndose a dónde apuntaba su curiosidad, las señales habrían sido claras para cualquier otro, pero ellos eran diferentes, puesto que carecían de aquello que los demás tenían, sin ser conscientes de ello.

Se acercaron, se alejaron, repitieron esto un par de veces, atraídos a aquel lugar, como la mariposa al fuego, puede que compartieran el mismo destino que ésta, para cuando decidieron dar un paso más allá, dónde no quedaba más que un fino polvo, que era arrastrado por la ligera briza, guiándolos hasta la entrada... ignoraron todo a su alrededor, y se adentraron a las profundidades, hacía frío y el aire era escaso, no lo notaron, cuando la oscuridad se hizo presente, no lo notaron... solo seguían esa sensación, ese recuerdo.

Un grito ahogado se escuchó,un líquido espeso goteó desde el techo... esa sería su última sensación, cayeron en la trampa, y antes de darse cuenta habían perdido algo insignificante, algo que todos poseen aún sin saberlo.

El Amanecer de los CondenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora