La Primera Condenada.

2 1 0
                                    

            Siempre atesoraré esos recuerdos, sin importar en lo que me convierta, o a dónde vaya, después de todo, fueron los mejores momentos que pude llegar a tener. E incluso ahora, que mi consciencia flaquea, estando atrapada entre los bordes que separan su mundo del nuestro... aunque no siempre fue así.

Hubo una vez... hace ya tanto tiempo que me separa de aquella época, en la cual la tierra que ahora pisan sus pies ni siquiera soñaba con existir, los mares aun llovían sobre la roca ardiente, y en esa espacio desprovisto de vida, lleno de caos y falto de orden, simplemente despertamos, como si de un largo sueño se tratase, desperdigados a lo largo y ancho de la infinita nada.

Mundos iban y venían, estrellas nacían y morían... todo era tan desalentador, tan efímero, tan...solitario, aunque no estábamos solos. Lentamente, cada mundo fue despertando de su letargo, naciendo, floreciendo cada vez más y más. Y allí, en un rincón, alejado del resto de la creación, observando pacientemente, como un jardinero viendo germinar sus frutos, dijonos a nosotros, quienes despertamos "Este es mi jardín, plante las semillas, las vi crecer... ahora es vuestro turno de proseguir" y antes de darnos cuenta, ya se había ido.

En el jardín más verde, florecieron seres tan similares a nosotros, tan lejanos a nosotros, que nos sentimos atraídos hacia ellos, sin embargo, nos era imposible estar junto a ellos. Y la mayor de nosotros habló "La consciencia trae voluntad, la voluntad trae la libertad" y calló. Un silencio desgarrador nos cubrió, y un mismo pensamiento fue suficiente. Antes de darnos cuenta, caímos, pero no se sintió así, caímos en un jardín lleno de... vida, sí eso era vida, y ahora nosotros estábamos "vivos". No fuimos los únicos en caer allí, ni los últimos en hacerlo... y aguardando, expectante ante los visitantes de su jardín, él vino a mí. Un rostro tan singular, una amable mirada que desbordaba inocencia, inconscientes de su condición, al igual que nosotros en el comienzo.

"¿Cómo te llamas?" preguntó ese extraño ser, que caminaba erguido, sosteniendo a una extraña criatura entre brazos. "No poseo nombre alguno" respondí casi al instante, él simplemente sonrió y me extendió su mano... ¿qué era esta sensación que calentó mi pecho? No lo sabía, ninguno de nosotros conocimos antes una sensación tan poderosa, tan singular y única, pero eran incapaces de comprenderlo.

Me llamó Athelebershet, mientras miraba mis ojos, despreocupado y sin malicia en su mirada, diome de beber y comer, llevándome con los suyos... "Aldea" le llamó, extrañas edificaciones de pieles y cuernos hacían sus hogares. Extraños sonidos me embargan, me sobrecogen y me colmaban de emociones nunca antes experimentadas por nosotros.

Pasaron las estaciones, y cerca de la décima primavera, cuando la blanca nieve daba paso a la vegetación... me encontré con él, alguien a quien no pude sino aborrecer en cuando posé la mirada sobre él. Vistiendo muerte, cabalgando sombras que engullían la vida a su paso... desconozco cómo se hacía llamar aquí, y no deseo conocerlo. "¿¡Por qué te mezclas con ellos?!" exclamó, mientras los cielos se ennegrecían y el día daba paso a la noche... "Es mi voluntad, no eres nadie para cuestionarla" respondí en el mismo tono, y se marchó haciendo una malévola mueca... en ese entonces, ya comenzaba a gestar su plan, él había visto algo que yo jamás pude ver en esos seres llamados Humanos, y lamentaría no haberlo hecho.

Siete días después, la muerte azotó contra el jardin, hermanos se peleaban entre ellos, aborreciéndose, envidiando, y un poder que nunca estuvo a nuestro alcance hizo estremecer a cada uno de nosotros, sin importar dónde estuviésemos, ya que el asesinato, era algo que jamás concebimos. Algo que sólo podría nacer de los Humanos, y que nosotros somos incapaces de cometer...

Él, ese ya no tan joven que me extendió la mano, yacía sollozando entre los cuerpos sin vida de su aldea, sufrí y lloré junto a él, pero por algún motivo, no sentía pesar alguno, no sentía lastima por nada más que fuera él. Antes de haberme dado cuenta, yací junto a él por tres días y tres noches... y la semilla que Él plantó en el jardín dio su primer fruto.

Y fui castigada por ello, desprovista de cobijo, sin derecho a replicar, y fui arrojada del jardín, tanto del vasto verde, como de cualquier otro... y antes de percatarme, vagaba en la infinita nada, de nuevo, con un regusto semi dulce aun en mis labios, pude despojarme de este cuerpo y volver junto a mis hermanos, más no lo hice, amé este cuerpo y amé a aquel joven despreocupado, incapaz de matar a otro de los suyos de nuevo, o al menos esperé que así fuera... ya que tuve el presentimiento de que lo encontraría de nuevo, quizá en algún momento, en algún lugar lejos de aquí.

Siempre atesoraré esos recuerdos que pasé junto a él, ese Humano ya no tan humano, aquel que me dio nombre y propósito, enseñándome lo que significaba estar vivo y haciéndome odiar no poder morir. Lumiel, espérame... encontraré una forma de salir, y nos veremos de nuevo. 

El Amanecer de los CondenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora