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El sol de la tarde estaba bajo, ocultándose tras las colinas de la ciudad. Era el momento ideal, aquel que estuvo esperando el Emperador para complacer a su pequeño esposo. Su armadura bronce lucía sobre cuerpo cubriendo su torso y hombros, sólo como una medida de protección. Su escuadrón lo esperaba a fuera del palacio, sobre sus caballos ya listos para partir a la casa Di Genova.

—Estaré aquí esperándote.

Taemin estaba sobre la cama, desnudo, enseñando su bonito vientre abultado a su esposo. Era la mejor visión del mundo para Minho, como ver a un encantador ángel que fue sometido por el demonio.

—Volveré pronto, mi pequeño.

Un beso selló su despedida. Minho bajó hasta el patio frontal donde su corcel negro lo esperaba, un bello pura sangre del Ventasso. Así pudieron partir. Los cascos de los caballos rugían contra la tierra y las piedras, ese sonido alarmó a los ciudadanos que curiosos abrían las ventanas de sus casas o salían al porche para ver al Emperador pasar.

Al llegar, Minho desmontó su caballo y les ordenó a sus guardias seguirlo de cerca, entonces le habló a uno de los hombres de la casa.

—Déjame entrar —ordenó—, y dile a tu amo que estoy aquí.

El hombre se apresuró a acatar la orden del Emperador; fue corriendo hasta el pequeño despacho del Señor de la casa, lo interrumpió cuando hablaba con Semira.

—Mi Señor, el Emperador está aquí y solicita su presencia.

El Señor chasqueó la lengua, bastante molesto, pero siguió fuera de la habitación, recorriendo el pasillo hasta encontrar al Emperador de Roma en el patio central, sobre el pedazo de césped que había frente a las celdas de esclavos.

—¿A qué debo el placer de su visita, Emperador?

Minho quiso reír a carcajadas por el tono sutilmente sarcástico que ocupó el hombre, que quizás para otros no era notorio, pero para un hombre que convivía con el sarcasmo encarnado era demasiado sencillo identificar ese tono tan peculiar. Y tal vez en otro momento hubiese mandado a azotar al pobre impertinente que se atrevió a hablarle así, pero en esta ocasión sólo se concentraría en rescatar a esos lobos.

—Un día te dije que obtendría a tu gladiador.

—¿Está aquí por eso?

Ese tono hosco seguramente lo notaron los demás presentes.

—Te daré dos bolsas de oro por él, y una por cada lobo que voy a llevarme.

Arrogante.

Minho daba por sentado que se llevaría a los lobos.

—Mi gladiador vale más que dos bolsas —dijo él y continuó—. Y, ¿qué otros lobos planea usted robarme, mi Señor?

La palabra robo le causó molestia, especialmente porque quizás así era, después de todo, él sabía que Chanyeol valí más que dos docenas de sacos de oro y que pagar por el lobo dos era una injusticia. Pero no planeaba darle más a esa bazofia humana.

—Jonghyun y los omegas, Kibum y Baekhyun. Me los llevaré a los cuatro.

El hombre mayor murmuró una maldición.

—No puedo vendérselos, Emperador.

—Si no me los vendes entonces sí será un robo —advirtió él.

—¿Por eso trajo una escolta?

—Es por seguridad, sería insensato y demasiado ingenuo de mi parte.

De pronto, la mujer del Señor Di Genova salió de la casa dispuesta a unirse a la interesante conversación que en el patio se mantenía. La mujer se contoneó hasta estar al lado de su esposo, pero aquel contoneo no era casualidad, no cuando quería llamar la atención de un hombre tan atractivo como el Emperador.

Amor en la arena de Roma (Chanbaek)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora