5. Sorpresas en el paraíso

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Jin GuangYao descendió del jet privado con el logo de la Compañía Jin a un costado. Observó la pista a través de los cristales oscuros y suspiró con fastidio cuando la leve brisa agitó su largo cabello, enredándolo en torno a sus hombros.


—¡Vaya! Pensé que no llegarías nunca. ¿Qué te tomó tanto tiempo?


El joven omega giró a medias para ver a la mujer que se le acercaba atravesando la pista, proveniente del sendero arenoso que conducía al chalet en la colina a unos quinientos metros.


—A-Su — saludó GuangYao, pasándose una mano por la cabeza para apartar unos mechones lacios de su rostro.


La mujer, más joven que él por uno o dos años, lucía un veraniego vestido amarillo de tirantes que delineaba su delicada figura. La muchacha llevaba el cabello muy corto, resaltando sus facciones exquisitas que le habían granjeado un lugar prominente en los comerciales de cosmética a nivel internacional: en el mundo entero, mujeres de todas las razas y nacionalidades soñaban con poseer una décima de la belleza de Qin Su.


—Pensé que habías cambiado de opinión — comentó ella al tiempo que se colgaba de su hombro para plantarle un beso en la comisura de la boca.

—¿Por qué haría semejante cosa? —alzó una ceja el omega por detrás de las gafas de montura dorada.

—Para huir con un alfa despampanante de cabello largo y músculos bronceados que te hace el amor en la mesa de la cocina sin preocuparse por la cena.


Jin GuangYao sacudió la cabeza en tanto echaba a andar con su media hermana colgada del brazo.


—Tienes una idea muy peculiar del romance, a-Su.

—¿Quién habló de romance? Yo me refería a sexo duro y ardiente.


GuangYao se mordió el interior de la mejilla para no admitir que sabía exactamente a qué se refería.


Por un segundo, la imagen de MingJue destelló demasiado nítida en su mente.


Habían transcurrido dos días desde que perdiera la cabeza por unos tragos y un alfa demasiado sexy para dejarlo pasar. ¿En serio? Ese era el Jin GuangYao de un año atrás; no el satisfecho prometido de Lan XiChen.


Contuvo la mueca. Satisfecho. Satisfecho era una palabra que sonaba tan... mal. Sonaba a resignación y eso era horrible –horrible para XiChen, sobre todo. No debería sentirse 'satisfecho' con Lan XiChen; debería de sentirse emocionado, eufórico, exultante, jodidamente intoxicado de felicidad. Pero mientras recorría los quinientos metros hacia la casa solariega, lo único que pensaba Jin GuangYao era que no volvería a tener sexo como el que tuviera con el tal MingJue.


No había que malentender nada: XiChen era un amante maravilloso –atento, generoso, apasionado –pero carecía de ese... toque brutal que revolvía las hormonas de Jin GuangYao. En todos esos meses de relación, el alfa Lan no había conseguido entender que un poco de dolor –bastante más dolor –estaba bien.


Era sorprendente que pudieras encontrar a una persona, mirarla a los ojos... y saber que era justo lo que buscabas. Jin GuangYao todavía estaba sorprendido de que MingJue hubiese resultado todo lo que soñara. Y más.

La luna detrás del cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora