25. Se acaba el hechizo

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Y bajas así la mirada sin una palabra,

Sin que haya un por qué,

Todo se vuelve un suplicio,

Se acaba el hechizo y al irte otra vez

No brillan igual las estrellas

Si Yo Fuera Él, Cristian Castro



Jin GuangYao se balanceó en los pies, tarareando una canción. Sostuvo con ambas manos la lunchera en que llevaba el almuerzo para su esposo.


Su esposo.


Repitió las dos palabras en su mente, canturreándolas.


Su. Esposo.


Desde aquel día en el Registro Civil, era la primera ocasión en que usaba las palabras sin ironía, sin arrepentimiento, sin dolor.


Después de encontrar a Nie MingJue en la cocina la mañana anterior –y la consiguiente sesión de arrebatador sexo que siguió – habían pasado el día juntos. En algún momento, se habían sentado en la sala a trabajar; pero incluso durante esos escasos cuarenta y cinco minutos, el alfa se había ubicado de forma que los pies de Yao descansaban en su regazo y podía masajearlos mientras revisaba los documentos que debía discutir al día siguiente con su departamento de Contabilidad. Jin GuangYao nunca había terminado tan aprisa la revisión de una propuesta completa de campaña publicitaria. Naturalmente, la terminación del trabajo para ambos había significado que rodaran sobre el sofá e hicieran el amor. De nuevo.


Insaciables. Yao no encontraba otra palabra para describir cómo se comportaran el día –y la noche – anterior. Después de todo, había sido una suerte que a-Song hubiese ido de paseo con sus tíos.


Si no supiera que era imposible, al mirar hacia atrás, Jin GuangYao podría pensar que Nie MingJue había guardado tanto celibato como él en esos cinco años. Las primeras veces, ambos habían terminado demasiado pronto, temblorosos y jadeantes, incapaces de ordenar sus pensamientos; pero para esa mañana –antes de que MingJue se levantara para tomar una ducha e ir a la empresa – habían tenido sexo con calma, explorándose mutuamente, dedicando tiempo a recordar y deleitarse con cada reacción del otro.


Jin GuangYao volvía a tener la misma certeza que aquel día en la isla: Nie MingJue y él eran perfectos el uno para el otro. Siglos atrás, habrían sido descritos como 'amantes predestinados'. No importaba si el omega sabía que era simple genética; lo cierto era que seguía siendo incomparable la forma en que se comprendían sin siquiera intercambiar una palabra.


Amantes predestinados. Le gustaba cómo sonaba eso.



El coche se detuvo al otro lado de la plaza y Yao abandonó sus románticos pensamientos por un momento para concentrarse en el niño que salió del coche. Al verle, RuSong pegó un gritito y atravesó la corta distancia corriendo para arrojarse en los brazos de su padre.


Jin GuangYao lo alzó al vuelo y cubrió de besos el rostro regordete.


La luna detrás del cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora