Cambios.

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Verano de 2019, por primera vez no estaba emocionada por ello, a principios de año mi padre me había dicho que nos mudaríamos de Estados unidos a Londres, Reino unido. Iniciaría en una nueva escuela y una vida nueva.
Traté de convencer a mi mamá pero era por el trabajo de mi papá.
No estaba lista para irme y empezar de cero en un nuevo país, dejando atrás a mis amigos de toda la vida y toda mi vida en general.

¿Quién soy? Soy Sarah, tengo 19 años y pronto, en Halloween, cumpliré 20.

Soy alguien normal, hija única de un matrimonio estable, me gustan los videojuegos y tengo notas normales en la escuela. Mi sueño era irme a la universidad de California en Los Ángeles, estaba esforzándome por lograrlo pero en siete meses todo había cambiado.
Ahora estaba en el aeropuerto despidiéndome de mi mejor amiga y del único chico con el que había salido desde que teníamos quince años.

—¿Llamarás todos los días?–dijo entre lágrimas–prometelo.
—Llamaré, Daisy, lo prometo, además quedaremos para seguir jugando juntas.-me abrazó fuerte.
—Cariño, hora de irnos.-mi madre tocó mi hombro.

Richard me abrazó fuerte, como nunca antes y me aferré a él.

—No te olvides de mi, voy a esperarte, iré a verte y volveremos a asar malvaviscos.-decía en mi oído.
—Voy a esperarte también.

No podía controlar mi llanto, no me quería ir, no quería dejarlos nunca.

Mi papá dijo que era hora.

Mis lágrimas aumentaron y nos dimos el último abrazo... El último beso.

Volví a abrazar a mi mejor amiga.

Subir al avión había sido la experiencia más dolorosa de toda mi vida, conforme avanzaba por la pista, los recuerdos se amontonaban en mi cabeza y caían más lágrimas.

Me esperaban ocho horas de vuelo desde Baltimore hasta Londres.

Me quedé dormida unas dos horas después de despegar, quería despertar y que todo fuera una mala broma, que despertaría en mi cama y todo seguiría normal.

Al aterrizar y pasar los filtros de seguridad, mi papá nos guió hasta donde nos esperaba un señor que sostenía un cartel con nuestro apellido.
Subimos a un auto y nos llevó hasta donde sería mi nueva casa, era un fraccionamiento privado, tenía que aceptar que era bonito el lugar pero nada como mi ahora antigua casa.
Entramos a la gran casa y había cajas de la mudanza que habíamos enviado días antes.

—¿Hay WiFi?
—Sí–el señor que nos había recibido me contestó–hay internet y todos los servicios.
—Gracias.-traté de parecer amable.

Subí las escaleras y todo era como en las fotos.

—Tu habitación debe ser esa.-mi mamá señaló una puerta.

Asentí y fui hasta ahí.

Abrí la puerta y efectivamente, ahí estaban cajas con mi nombre, era una habitación grande, tenía mi propio vestidor y cuarto de baño.
En el espejo estaba un papel con la clave del internet, perfecto.

Era medio día, en Baltimore serían como las siete de la mañana, si mis cálculos matemáticos no fallaban.

Apenas mi celular tuvo internet, llegaron notificaciones y mensajes.

Avisé a mis amigos que había llegado, uno de ellos me recordó que quedaríamos para jugar pero al mirar las cajas, noté que en ninguna estaban las que contenían mi pc.

Bajé corriendo las escaleras.

—¿Mamá? ¿Papá?–salí y estaban en el jardín–¿Mamá?
—Dime, cariño.
—No están las cajas con mi computadora.-dije alterada.
—Estan en el salón, ya las revisé y todo esta entero.-mi papá me tranquilizó.

Take me to church.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora