Capítulo 23. No a la separación

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—¡Quiero mimos!

—Tengo que firmar estos documentos cuanto antes, Yumel.

Paulie y la joven loba se encontraban en el despacho del hombre. Iceberg le mandó unos informes al rubio para que los firmase y entregarlos a lo largo del día, pero que leyera bien si no había algún error. La Kemonomimi no paraba de restregarse en la pierna del hombre queriendo llamar su atención.

—¡Y yo quiero mimos! —gritó. Infló los mofletes un tanto molesta.

—Tienes que entender que esto es importante —le comentó.

—¡Me da igual!

«Vaya perreta que tiene encima», pensó Paulie con una gota resbalar por su sien. Esta mañana Yumel estaba de pesada. Es decir, no se separaba del hombre en ningún momento, incluso cuando iba al baño y era súper incómodo. Podía sentir las mordidas de la chica en sus pantalones, tirando de ellos sin romperlos. Si eso ocurría, la joven deberá encargarse de comprarles uno. Suspiró ya muy rendido por las exigencias de la loba. Aproximó la mano a su cabeza para acariciarla y suavizar sus sollozos. Yumel movía la cola con mucha felicidad. Estaba muy mimosa con él porque ya son pareja definitivamente después de ese acto sexual.

Y con la otra mano iba pasando las hojas, leyendo y firmando. No paraba de morder un poco su puro probando de esa hoja no tan fuerte para su boca. De pronto, se puso tenso al notar la cabeza de Yumel entre sus piernas llamando su atención. «Mierda, se ve adorable», pensó con las mejillas sonrojadas. Encima estaba en esa zona que en cualquier momento pudiera despertar. Menos mal que tenía autocontrol. La joven loba alzó todo su cuerpo para lamer uno de los pómulos del hombre.

—Te quiero, Paulie —musitó. Ese tono de voz que empleó fue demasiado dulce para sus oídos.

—Y yo a ti, loba mimosa —le devolvió la respuesta, mientras rozaba su nariz con la de ella.

La joven no paraba de mover sus orejas y su cola con suma felicidad. Realmente disfrutaba estar con él. Se pasaría todo el día siendo mimado por ese hombre tan tierno. Rodeó los brazos en su cuello y se sentó a horcajadas sobre él, sin importarle si alguien entrase en ese momento y viera esa escena. Esto era muy vergonzoso para Paulie que rodeó los ojos a un lado. En esa posición le era imposible seguir con el papeleo.

—Yumel, baja —le suplicó.

—No. —Ya empezaba.

—Tengo que terminar esto. No quiero que Iceberg se enfade.

—Pues yo le diré que es importante que me mimes —dijo con un puchero en sus labios.

—Y no niego que lo sea.

Ambos se sobresaltaron al escuchar la voz de Iceburg. El hombre entró sin avisar para ver cómo iba Paulie con los documentos, pero se encontró con una escena bastante cómica para sus ojos.

—Pero debes entender que esto es importante porque estamos haciendo negocios con gente muy importante —explicó Iceburg.

—Pero yo quiero mimos de Paulie.

—Eres como Tyranousaurus —al nombrar al roedor, salió de su bolsillo para recibir las caricias de su amigo humano.

—¿Y por qué no firmas tú los documentos? —le sugirió.

—Yo también tengo otros papeleos.

—Lo siento mucho, Iceburg —se disculpó el rubio.

—No te preocupes. Es entendible.

Otro suspiro salió de su boca a Paulie, mientras su cuerpo iba resbalando de su asiento con ella encima todavía. Yumel olfateaba el lugar y aprovechó para apoyar la cabeza en su pecho. Le encantaba escuchar esos latidos de corazón de su pareja. Esa escena era muy adorable para Iceburg. Simplemente esbozó una pequeña sonrisa, mientras se aproximaba a la mesa para ver algunos documentos ya firmados.

—Me pregunto cómo estará.

—¿Cutty Flam? —preguntó Paulie. Iceburg asintió levemente—. Se lo estará pasando genial.

—Es un poco cabezota. —Rio por lo bajo.

Yumel no estaba entendiendo nada y era normal. No conocía a esa persona. Solo a la gente de la industria de la carpintería. Eso hizo que recordara a sus amigas perdidas. Llevaba tanto tiempo sin pensar en ellas. ¿Estarán bien? Agachó las orejas a modo de preocupación y sus ojos estaban clavados en un punto sin retorno. Tenía esperanzas de que estuviesen bien. Siendo cuidadas por unas personas amables como Paulie. Este notó un aura diferente en ella por lo que abrazó y apoyó la barbilla en su cabeza. El presidente de la compañía se retiró para dejarlos a solas. A veces tenía envidia de su compañero por tener una pareja adorable cuando quisiese.

Al rato, Yumel se quedó dormida en los brazos de Paulie. En esa posición le era difícil escribir su firma. Pero se tuvo que aguantar porque, si se movía, era probable que la chica despertase. Iba buscando una posición correcta hasta encontrarla. A un lado. No era la adecuada, pero le valdría de momento. Le quedaban unos pocos documentos por firmar y será libre. La respiración calmada de Yumel le reconfortaba. Tanto que dio un simple bostezo. ¡No! No era el momento de quedarse dormido. No debía decepcionar a Iceburg. Pero la influencia de la loba era mucho mayor que cualquier cosa.

«Listo», terminó con todas las hojas a lo que se echó para atrás de su silla para relajarse. Ella aún seguía dormida. Era tierna en todos los sentidos. Acarició con sutileza su mejilla izquierda, teniendo mucho cuidado en no despertarla. Poco a poco el sueño iba dominándolo, no evitando dar un gran bostezo. Sus ojos se cerraron, abrazando a Yumel con miedo a que se caiga y se quedó dormido.

Las horas pasaron y notó movimiento entre sus brazos. Y una simple lamida en su mejilla lo iba despertando poco a poco. Yumel estaba activa con una sonrisa de oreja a oreja. No paraba de mover su cola con total felicidad.

—Te has quedado dormido —le informó.

—Por tu culpa —dijo. Abrió la boca liberando ese bostezo.

—¿Ya has terminado? —preguntó, mientras giraba su cuerpo para ver los documentos.

—Y menos mal. Pensé que no iba a acabar nunca.

—Eso es que te doy mucha suerte —comentó. Paulie recibió un abrazo fuerte de la joven Kemonomimi.

Y no era mentira. Yumel era una chica con un poder de la suerte inimaginable. Era su amuleto de la suerte. No debía negarlo para nada. Iba acariciando lentamente la espalda de la chica. Ella no le negaba esa oportunidad. Sus ojos estaban puestos en la marca que le dejó a Paulie en el cuello, cuando tuvieron ese acto sexual. No sabía cuántas veces se había disculpado con el hombre por hacerle daño. Y él solo la calmaba con pequeños mimos y diciéndole que no se disculpara tanto.

—¿Estaré contigo para siempre? —preguntó. Su tono de voz fue preocupante para Paulie.

—¿Por qué preguntas eso?

—Porque no quiero separarme de ti —musitó, agachando las orejas con tristeza—. Toda mi manada me decía que los hombres son crueles con nosotras, que harían cualquier cosa para hacernos daño. Pero no es verdad. Te encontré y me siento muy feliz de estar a tu lado. Eres mi macho alfa quién me protegerá de cualquiera, y yo haría lo mismo contigo.

Esas palabras eran una simple confesión de una joven Kemonomimi. Era cierto que había personas así, pero había pocas que no lo eran, como él o sus amigos. Apretó el abrazo con mayor intensidad demostrando que no deseaba separarse de ella. Y ella correspondió ese cariño que tanto le gustaba. ¿Quién iba a rechazarlo? Ella no podía. Paulie era demasiado dulce, aunque se pusiera nervioso con las ropas un tanto provocativas. El rubio tenía la sospecha de que Yumel tenía miedo de que sucediera algo, pero nunca ocurrirá. Eso lo tenía muy asegurado.

El amor que sentía por ella era más grande que cualquier cosa.

Kemonomimi (One Piece x OC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora