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En el día de la marcha de Tenya Iida a la ciudad, Momo se encontraba sentada de nuevo junto a la ventana de la sala de estar. Quería continuar con su labor de bordado, pero sus manos temblaban y le impedían hacer un buen trabajo. Se movían de manera torpe, retrasando su marcha y machacando sus nervios. La actividad que normalmente le brindaba una relajación tan solo comparable con el placer de la lectura ahora amenazaba con conducirla a la desesperación. A través del impoluto vidrio de la gran ventana, vio cómo su padre paseaba entre los rosales. Su salud había ido empeorando en el último año de manera súbita. No hacía tanto tiempo, el anciano se movía entre las propiedades circundantes sin siquiera requerir coche de caballos. Siempre había adorado pasear tanto como acudir a tantas fiestas como le invitasen.

A Momo le entristeció verle caminando tan lentamente, con el bastón en la mano y la espalda encorvada, a la vez que examinaba con atención las flores que habían dado nombre a su casa.

La muchacha sabía que su padre deseaba que encontrase marido cuanto antes. No solo porque Momo ya se encontraba en edad de casarse, sino también por su convicción de que no le quedaba mucho tiempo en este mundo. Pese a que ella no quería siquiera pensar en el día que les obligaría a separarse, sabía que tarde o temprano llegaría. Momo también deseaba que su padre asistiera a su boda para que pudiese descansar eternamente sabiendo que su hija no estaría sola.

Sin querer, recordó una vez más la propuesta de matrimonio que había rechazado la noche anterior. ¿Dónde estaría ahora Tenya Iida? ¿Seguiría dentro del coche, camino a la ciudad? ¿Habría llegado ya? Momo no sabía cuál era el tiempo del trayecto entre ambos lugares. ¿Estaría pensando, como ella, en la negativa que había recibido? Era probable que sí. ¿La aborrecería ahora, habiendo visto parte de su egoísmo oculto? No había querido aceptar su proposición por una pequeña fantasía que vivía en su mente. Se había negado a complacer a un caballero y a su propio padre por un capricho de su corazón. ¿Seguiría existiendo la segunda oportunidad de la que Iida le había hablado?

El correo llegó como todas las mañanas a La Rosaleda. El señor Yaoyorozu, que había dado por concluido su paseo y ahora descansaba en la misma sala que su atribulada hija, le hizo llegar un sobre a través de la mesa.

- Momo, mira esta carta. Parece ser que no poder responder a tu invitación ha afectado bastante a este pobre joven. Léela, es una disculpa muy sentida. Deberías contestar cuanto antes.

La muchacha abandonó su bordado y se dirigió precipitadamente hacia la mesa donde su padre iba desechando las cartas ya leídas. La velocidad con la que leyó la pulquérrima caligrafía de Todoroki fue casi inhumana. Decía lo siguiente:

"Estimada señorita Yaoyorozu,

El objetivo de esta carta no es otro que el de presentarle mis más sentidas y sinceras disculpas por no haberme personado en la reunión a la que tan amablemente fui invitado por usted.

En primer lugar, lamento no haberle escrito tras recibir dicha invitación. Un convencimiento absoluto de que podría acudir me llevó a no confirmar siquiera mi asistencia. Este fue un error por mi parte que no puedo excusar, tan solo hacer un llamamiento a su bondad para que me perdone por mi arrogancia.

La verdadera razón que me impidió estar presente fue un imprevisto de carácter familiar. No quiero abrumarla con detalles sobre mi familia, que seguramente hallará tediosos, pero me tomaré la libertad de contarle que mi padre (al que usted ya conoce) se personó en Valle Nevado sin previo aviso. Fue la hospitalidad que un anfitrión debe a su invitado lo que me mantuvo encerrado en mi casa hasta la noche.

El asunto queda así resumido. Le suplico que me disculpe por las molestias y mi deleznable falta de educación. Espero que esto no afecte a cualesquiera que fuesen sus impresiones sobre mí.

Atentamente,

Shoto Todoroki"

Tras releerla una segunda vez, un poderoso alivio inundó el alma de Momo. El señor Todoroki no había faltado a la velada por desinterés, sino que había sido un asunto inesperado lo que le había impedido estar presente la noche anterior. Aquella carta era otra muestra de atención hacia Momo. Ella enseguida se dispuso a responder; le haría saber que ninguno de sus sentimientos había variado y que mostrar una gentileza tal con un visitante inesperado tan solo hablaba a favor de sus buenas maneras.

El señor Yaoyorozu, por su parte, no parecía convencido con cierta parte de la historia.

- ¿No te resulta extraño que hable de su padre de esa forma, Momo? – preguntó.

- ¿A qué te refieres? Apenas le menciona.

- Podría interpretarse que no había más que una mera relación de cortesía entre anfitrión y huésped. ¿Acaso no emplearías tú otras palabras si tuvieras que referirte a una visita de tu padre?

- Es posible.

- No hace alusión a ningún tipo de afecto filial que le llevase a ponerle delante de la invitación de unos vecinos. El tono resulta incluso arisco, ¿no lo crees?

- Creo que te tomas demasiado en serio un detalle tan pequeño como puede ser ese.

Mientras Momo redactaba ansiosamente la respuesta a la carta de Todoroki, su anciano padre reflexionaba sobre las obvias peculiaridades de la familia, pensando sobre todo en si un ambiente aparentemente tan hostil sería bueno para su inocente y dulce hija.

Guinevere | TodoMomo |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora