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El señor Yaoyorozu se alegró de ver a su hija de vuelta en casa. Se interesó, como era natural, por la pequeña fiesta; Momo le aseguró que los señores Jiro se encontraban perfectamente (aunque habían echado de menos la presencia de Yaoyorozu en el baile) y que había visto a algunos de sus conocidos, incluidos los hermanos Iida.

- Por favor, no te reserves ningún detalle. Ya sabes que yo solía disfrutar de los bailes enormemente cuando era todavía joven, y sé que has heredado ese gusto de mí.

- Así es. El salón de Canto Alegre es envidiable; nunca he visto estancia decorada con mejor gusto. Ah, pero esto ya lo sabes. Has estado cientos de veces allí. El baile de esta tarde ha sido particularmente placentero. Los señores Iida se encontraban allí también; me refiero a los dos hermanos, claro.

El señor Yaoyorozu pareció complacido después de que su hija le explicase que Tenya Iida bailaba admirablemente, y que le había concedido dos de sus bailes. Tras darle algunas breves informaciones acerca del resto de componentes del vecindario, el anciano permitió que Momo se retirase. Esta no se percató de lo exhausta que se encontraba hasta verse en la soledad e intimidad de la habitación. Mientras deshacía su complejo peinado, Momo repasó una vez más los acontecimientos de la tarde. Había sido una velada ciertamente feliz.

A partir de ese momento, Momo comenzó a ver al señor Yamada con una frecuencia cada vez mayor. Visitaba Canto Alegre tanto como sus ocupaciones le permitían y solía unirse a las charlas que las dos mujeres mantenían en el salón. Momo había descubierto que se trataba de un hombre bastante excéntrico, en realidad. No es que sus modales fueran inapropiados por completo, sino que cuando la conversación se desviaba hacia un tema que él consideraba especialmente apasionante, Yamada no podía evitar entusiasmarse más allá de lo que la buena educación permite. Su irrefrenable emoción, unida a un tono de voz altísimo e insoportable, hacía difícil discutir con el señor Yamada cualquier aspecto que encontrase interesante.

A Momo le resultó bastante descortés el aburrimiento evidente que mostraba en ocasiones, cuando comprendía que la conversación no tocaría ninguno de sus temas predilectos.

Una de estas pasiones (y quizá la mayor de ellas) era la música. Kyoka encontraba esto muy apropiado en un hombre, pues ella también adoraba tanto escuchar como interpretar piezas musicales. Durante una agradable tarde en Canto Alegre, el invitado favorito del señor Jiro pidió a Kyoka que tocase algo al piano. Esta accedió, no sin cierta timidez. Momo sabía que su amiga poseía un don especial para la interpretación y que sin duda ofrecería un espectáculo magnífico. Así fue.

- ¡Maravilloso, ya lo creo! – exclamó Yamada (por lo que Momo casi se vio forzada a cubrir sus oídos) -. ¡Su talento es excepcional! Diría que casi superior al mío propio. ¿Usted toca, señorita Yaoyorozu?

- Me temo que mi actuación sería mediocre tras la de Kyoka. Discúlpeme por negarme a ello después de haberla escuchado.

- Exageras, querida amiga – replicó Kyoka -. Estoy segura de que tu interpretación es excelente, al igual que el resto de tus habilidades.


Guinevere | TodoMomo |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora