12.

216 27 1
                                    

Debido a la interrupción del señor Yamada, Momo no había tenido ocasión de hablarle a Kyoka en completa intimidad acerca de Todoroki. Por suerte, hallaron el momento dos días después, durante uno de sus paseos matutinos.

- No sé si recodarás que mencionaste querer hablar conmigo sobre cierto caballero al que conociste en mi casa. – dijo Kyoka, queriendo recuperar el tema.

- No pienses ni por un momento que pueda habérseme olvidado – respondió ella -, pero la vergüenza que siento al pensar en todos aquellos eventos me ha hecho reservar mis pensamientos hasta ahora. La manera en la que te abordé fue poco apropiada.

- No hay necesidad de mantener tantas formalidades entre nosotras, Momo. Entiendo lo que es sufrir un momento de éxtasis sentimental.

- Me permites demasiadas cosas, Kyoka.

- Nada que tú no me permitirías a mí.

- Cierto. Si no tienes objeción en escucharme, te relataré con detalle todo lo que sucedió.

Ante la respuesta afirmativa de Kyoka, Momo comenzó su historia. Los ojos de su compañera variaban cada poco, desde el interés hasta la sorpresa, mientras Momo trataba de reprimir las sonrisas que sus expresiones le producían. Tan solo se permitió mostrar las que el recuerdo desataba.

Una vez finalizada la narración, Kyoka pareció buscar las palabras adecuadas.

- Una presentación muy curiosa – observó -, pero nada de lo que debas preocuparte, en mi opinión. Te aseguro que las he visto peores.

- Espero que puedas conocerle durante la próxima velada en La Rosaleda. Una invitación ha sido enviada a Valle Nevado. No hemos obtenido ninguna respuesta, pero espero verle en la fecha acordada.

- Considerémoslo una prueba; solo si acude o responde a la invitación le consideraré un caballero suficientemente digno. – bromeó Kyoka.

- Aquellos que deshonra a sus familias también disfrutan de una comida gratuita. – replicó Momo.

Ambas rieron. Momo trataba de disimular la verdadera ansiedad que le estaba produciendo la situación. Es cierto que el señor Todoroki había expresado su disgusto por no haberla conocido antes, pero la repentina invitación era, para Momo, una declaración de intenciones innegable. Aunque, por supuesto, más súbita había sido su actuación en Canto Alegre. Esta tan solo era una manera de devolver lo mismo que él había hecho.

El paseo matutino alcanzó su final, y Momo regresó al lado de su padre. El señor Yaoyorozu estaba muy emocionado ante la idea de que los invitados volvieran a llenar su salón, aunque tan solo fuese un pequeño grupo selecto. A Momo le complació ver a su padre tan animado; la senectud había empezado a transformarle en un hombre más bien taciturno y entristecido. La perspectiva de recibir más comensales en su mesa le hacía olvidar los estragos de la edad. ¡Oh, y definitivamente sería un buen grupo! Aunque no conociera personalmente al señor Yamada ni al joven Todoroki, estaba seguro de que las amistades de su hija serían igual de afines a él.

Todas las invitaciones habían sido ya enviadas. Habían obtenido respuestas agradeciéndoles su hospitalidad y confirmando asistencia. Entre estas se encontraba la de los Jiro y los Iida, además de la confirmación verbal de Yamada. Nada sabían de Todoroki todavía. Momo temía haber sido demasiado impulsiva en su decisión de invitarle. De nuevo recurrió a la misma estrategia, que la ayudaba a calmar sus agitados nervios; pensó que él había sido mucho más repentino en sus acciones. Por primera vez se preguntó si habría malinterpretado su actuación en el baile de Canto Alegre; quizá dos bailes no fuesen los suficientes como para formarse una ilusión tan sólida como Momo había pensado.

Los días siguientes no trajeron novedades a La Rosaleda. Recibieron alguna visita de los Jiro y de los Iida, pero nada especialmente destacable. Al parecer, la marcha de Iida a la ciudad había sido establecida para un día después de la cena con los Yaoyorozu.

- Era mi intención partir próximamente – había explicado el joven hombre -, pero bajo ninguna circunstancia me habría permitido perderme una reunión como esa. Será una última tarde memorable.

Todo esto se lo había dicho a Momo mientras ambos paseaban alrededor de los hermosos jardines de La Rosaleda. La muchacha contestó amablemente que eran muy afortunados al poder contar con ambos hermanos en la velada.

- Mi padre os tiene a ambos en gran estima. Nos alegramos mucho de poder gozar de su compañía, señor Iida.

Guinevere | TodoMomo |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora